¿Por dónde se va al Palacio de Invierno, por favor? Ecos transnacionales y transformaciones bloqueadas.

 

Por Mario Candeias

Ilustraciones de O COLIS
Traducción de Enrique Prudencio para Zonaizquierda.org

 

 

Activados por la Primavera Árabe, cobraron impulso en 2011 una serie de movimientos transnacionales, como los “indignados” en Europa y Occupy en EE.UU., que posteriormente se extendieron a Turquía, Chile, o a Brasil. El activismo está siendo protagonizado por un precariado urbano perteneciente a la generación que mejor formación académica ha recibido en la historia. Una y otra vez se abren espacio para la protesta y la organización. Una vez tras otra las protestas llevadas a cabo en un lugar comienzan a producir eco en otro, surgen las conexiones transnacionales y la solidaridad se sitúa en primer plano. Sucedió recientemente casi al mismo tiempo en Atenas, Gezi Park en Estambul, Portugal y en otras ciudades de Turquía y Brasil.

Aunque el primer ciclo de protestas logró un enorme auge en la movilización social, terminó agotándose en sí mismo, o más bien está viendo la transformación que propugna bloqueada en todo el mundo. Los gobiernos y las élites del sistema siguen adelante imperturbables, apoyados en su poder estructural local e internacional, sacando adelante sus criminales políticas de austeridad. Las amplias y diversas corrientes organizadas de la sociedad civil, no pueden llegar a las sólidas instituciones sobre las que se asienta el poder. Las debilidades estructurales de los movimientos sociales implican que “pueden tomar el control de las plazas, pero no pueden mantenerlo”. Esta forma de organización no ha sido capaz de aguantar ni en El Cairo, Madrid, Nueva York o Estambul, donde los campamentos centrales han sido desalojados violentamente por las fuerzas represivas del Estado. Pero en ninguno de los casos estas acciones violentas del Estado han conseguido acabar con los movimientos. Dadas las condiciones desfavorables y la todopoderosa oposición a la que se enfrentan, bien podía haberse dado el caso de que estos movimientos hubiesen desaparecido. Pero sorprendentemente no ha sido así. Han sobrevivido y ahora se están reorganizando. Al hacerlo, deben reorientar su estrategia y mantener la vista fija en la sede del poder.

Organización molecular

 

El movimiento antiglobalización internacional se ha ido agotando tras las consecutivas reuniones de las organizaciones internacionales como la OMC, el G-8, lo mismo que los animados Foros Mundiales en los que se concentraban las protestas a nivel internacional, aunque algunos miembros han sobrevivido y se están organizando. Los nuevos Movimientos son apenas visibles (fuera de sus espectaculares acciones puntuales), aunque están luchando para vincular sus discursos a los debates que tienen lugar en el ámbito internacional. Y a la vista de la crisis del neoliberalismo, una sensación de impotencia rodea la cuestión de la estrategia. ¿Cómo podemos seguir las discusiones de los foros y llegar al menos a una posición unificada?

El exitoso fracaso ha llevado siempre al éxito final de los movimientos más importantes de la izquierda. Y esto se debe, o bien a que los mayores logros conseguidos por las revoluciones pasivas fueron siempre acuerdos de integración en las crecientes formas capitalistas de gobierno y socialización, o bien porque los gobiernos y grupos que hicieron las promesas perdieron la batalla y fueron derrotados violentamente, o vieron que su auge decaía y se fragmentaron mientras que algunas facciones se convirtieron en marginales y otras se integraron de nuevo al sistema. Pero no obstante, los esfuerzos individuales no cesaron y continuaron trabajando en la base. Sus experiencias y las metas aún por alcanzar no han desaparecido. Las innovaciones están en marcha.

Mientras el movimiento antiglobalización realizaba su activismo por todo el mundo, de Seattle a Genova y de allí a Barcelona, siguiendo las cumbres celebradas por las élites del poder, permitiendo a cientos de miles de personas la experiencia que proporciona formar parte de un movimiento transnacional, a la espera de que el ciclo alumbrara un nuevo movimiento de lucha por la democracia en unas nuevas condiciones, para volver a extenderlo por todo el mundo y crear réplicas en contextos completamente diferentes. Pero los nuevos movimientos ya no siguen las rondas de las negociaciones internacionales, ni están organizados en forma de movimiento global. Ahora los nuevos movimientos por la democracia actúan en otra red transicional, en una senda más directa, y dado el escenario de la globalización y la crisis, se están extendiendo en olas de ecos transnacionales. La movilización está basada en las circunstancias locales y suele estar más enraizada y organizada en la base de lo que lo estaba el movimiento antiglobalización. En muchos países, ha ido incluso más allá de los círculos de izquierda y está mucho mejor afianzada en amplias capas de la población. Los grupos están aprendiendo a nivel internacional. Se relacionan entre ellos y utilizan los mismos símbolos y metodologías activistas adaptadas a las “situaciones concretas en los momentos concretos”. Esto se ha reflejado en las acampadas y en sus modelos sociales de democracia directa.

No obstante, la discusión (por la democracia) de los nuevos movimientos se limita demasiado a las plazas y las acampadas, a los acontecimientos que se desarrollan en estos espacios, estos Erscheinungsraum (espacios de aparición), donde se puede ver a la gente charlando animadamente con seductoras sonrisas (Rehman, 2012). Se presta mucha menos atención a la red en forma de rizoma, es decir, a la amplia gama de vibrantes relaciones que las plazas deben tener con otros movimientos y organizaciones (y aún más allá, a las relaciones con el poder social en su conjunto). Esta red dota de su significado al Erscheinungsraum en primer lugar, porque es aquí donde su impacto social (más allá del pequeño círculo de los que están en la acampada) sale verdaderamente a la luz.

Los nuevos movimientos son comparables a “gigantescas cámaras de resonancia”, inicialmente meros “significantes vacíos” (Lacan), un grito de ira y reivindicación de “democracia real” (¡Democracia Real Ya!). Estaban definidos, pero sin embargo lo suficientemente vagos como para que las diferentes iniciativas, fragmentadas, y las directrices sirvieran para rearticularse a sí mismos y volver a agruparse de nuevo. Ocupar las plazas crea el espacio que los grupos aislados necesitan para salir de sus contextos sociales particulares, de sus nichos y escenarios cotidianos y establecer vínculos con los demás.

La colaboración orgánica permite a los nuevos movimientos expandirse sociológicamente (más allá de su propio precariado de jóvenes con estudios) y geográficamente (más allá de sus propias ciudades) para llegar a una masa más amplia de defensores y simpatizantes (Rehman 2012). He utilizado el término “orgánica” porque a diferencia de eventos como las revueltas sindicales de Seattle en 1999, éstas no eran las alianzas tácticas o estratégicas que existen en las organizaciones o movimientos totalmente formados y estructurados. Esto consiste más bien en grupos de individuos colaborando con otros en un proceso en el curso del cual se está formando un movimiento en que la capacidad política para la acción puede fortalecerse en nuevas combinaciones para conseguir entre todos los objetivos comunes, en cuyo proceso puede florecer la solidaridad. Esto ha sido posible porque, junto con los muchos jóvenes que apoyan el movimiento, hubo numerosas iniciativas locales, grupos de izquierdas y organizaciones sindicales de base que se unieron al movimiento desde el comienzo. Todo ello también ha revivido y reorientado la práctica organizativa dentro de los viejos movimientos y partidos políticos de izquierdas. La generación Tahrir está entrando en contacto con la generación Seattle y con los viejos “nuevos movimientos” y el movimiento obrero. La movilización está recorriendo todos los grupos, con independencia de edades.

Dada la naturaleza orgánica de la colaboración, no tendría sentido separar los diferentes grupos. Estos se extienden más allá de los propios activistas, y ahora millones de personas ven que también ellos pueden levantarse para hacer frente al estatus quo. Millones de personas que nunca han estado ligadas a ningún tipo de actividad política, o que estaban desengañados de poder conseguir nada mediante el trabajo político, se están involucrando en las protestas. Esto ha creado un impulso que ya no es tanto un “nuevo movimiento social”, del tipo así definido en términos sociológicos, sino una movilización social.

Cuando las plazas fueron desalojadas, la gente construyó las colaboraciones orgánicas que existieron durante las ocupaciones y cambiaron su estrategia en una forma que (inicialmente) asegurara la supervivencia y el proceso de desarrollo. Se dispersó por los barrios sin disiparse totalmente. Desde allí, se pudo expandir la movilización y comenzar a atender los problemas concretos luchando contra los desahucios (en España y EE.UU.), creando redes de solidaridad activas para el cuidado médico y la recogida y entrega alimentos (Grecia), proporcionando ayuda directa en catástrofes naturales (Occupy Sandy en EE.UU.) y actuando en el sector industrial público (como por ejemplo la ola de protestas en España contra la privatización del agua y la lucha contra el cierre de la radiotelevisión en Grecia).

En lugar de estar centralizado, este tipo de organización molecular, que se ha visto en numerosos y diferentes lugares al mismo tiempo, es el producto de la coordinación y las estructuras de comunicación. Las comisiones de enlace entre los vecindarios (como existen en España) u otras basadas en Internet, los enlaces de la cadena organizativa para coordinar los grupos y la creación de grupos especializados y otras iniciativas se ven en varios lugares. La gente se reúne para compartir la información entre activistas y simpatizantes. Las diferentes campañas se coordinan entre sí y con las manifestaciones masivas y huelgas generales. Pero a pesar de esto sigue siendo muy difícil mantener la movilización de forma permanente. Está siendo muy castigada por el poder transnacionalizado. Se están dispersando fragmentos del movimiento una vez más y se están destrozando las conexiones de largo alcance como las creadas por Occupy Wall Street. Se ve por todas partes que el Movimiento tiene que abordar nuevas tareas estratégicas.

El bloqueo de la Primavera Árabe

El “asalto al Palacio de Invierno” del norte de África fue posible porque los regímenes de allí no tenían forma de unir a las masas, no podían basarse en una sociedad civil desarrollada y el bloque transnacional que había apoyado a estos gobiernos durante mucho tiempo no pareció esta vez muy interesado en participar en la represión. Cuando las masas comenzaron a levantarse, lo único que los regímenes establecidos pudieron hacer fue tratar de reprimirlas. Pero los militares que en Túnez y Egipto forman parte de los poderes fácticos, temían ser arrasados por los levantamientos si estos terminaban triunfando. Las fisuras del bloque del poder se agrietaron. Los militares se aseguraron su influencia separándose de los potentados de siempre anclados en el poder y creando un nuevo bloque, diseñado para controlar la revolución evitando los cambios radicales. La situación de Egipto y Túnez, estaba bajo la influencia del bloque neoliberal transnacional que apoyaba la posibilidad de una democratización puramente cosmética, nominal. La idea era seguir con los dictadores esperando que el mercado “libre y democrático” les permitiera hacer aún mejores negocios.

Pero como todos sabemos, la revolución tunecina llevó al poder a los grupos islámicos que no habían formado parte del levantamiento. Hasta la fecha, ni los sindicatos tunecinos, ni la vieja izquierda, ni las organizaciones neoliberales, ni las numerosas redes y círculos involucrados en el movimiento han sido capaces de formular y organizar una respuesta al poder en manos del partido Ennahda. Los movimientos tienen que elaborar una fórmula que les permita ir más allá de los grupos urbanos para llegar a la mayoría que vive en las zonas rurales e incorporarla a un proyecto alternativo. Además, la división de islamistas y seglares en polos opuestos ignora los problemas sociales y carece de perspectivas para desencadenar un levantamiento, en primer lugar. La oposición apoyaba al izquierdista Mohamed Brahmi, que fue asesinado mientras se estancaba el proceso revolucionario. Han sido suspendidos los trabajos de la asamblea constituyente. El Frente de Salvación Nacional, la alianza de los partidos de la oposición, critica al gobierno por su mala gestión y el estancamiento actual, instándole a dimitir. Los influyentes sindicatos que forman la Unión General del Trabajo de Túnez (UGTT) están tratando de actuar como mediadores. Las elecciones podrían celebrarse al final del presente año, pero está por ver si la oposición puede conseguir la mayoría.

La polarización causada por el régimen autoritario de Morsi en Egipto llevó a la reorganización del movimiento revolucionario hacia delante barriendo bajo la alfombra las cuestiones relativas a la pobreza y la depresión económica. El movimiento Tamarod (“rebélate) abordó la autoinfligida parálisis de la alianza de la izquierda y los grupos y partidos liberales y tuvo éxito al movilizar la oposición al gobierno de Morsi. El 30 de junio de 2013, seis meses de impresionante actividad y autoorganización culminaron con manifestaciones de masas que fueron descritas como capaces de “asustar a cualquier partido en el gobierno y a cualquier clase dirigente” (Savran, 2013). Cuando el ejército egipcio al mando del general al-Sisi destituyó a Morsi, líder de la Hermandad Musulmana, que había sido elegido en unas elecciones fraudulentas (que a pesar del fraude habían representado un gran paso adelante después de 30 años sin elecciones), no solo evitó el colapso económico y una posible guerra civil, sino también la inminente continuación de la revolución pendiente de 2011. Si el levantamiento se hubiese intensificado otra vez, hubiera llevado a unas nuevas elecciones con una muy probable victoria de la oposición que hubiese cuestionado el poder político y económico del ejército. Pero una gran parte de la población aplaudía el “golpe Bonapartista” por haber derrocado al líder de la Hermandad Musulmana, organización islámica que era el enemigo común. No esperaban que la posterior represión les afectara también a ellos de alguna forma. ¿Esperaban que esta intervención del ejército contra la organización reaccionaria de los Hermanos Musulmanes facilitara la revolución al debilitar a dicha organización, enemiga de la misma? Durante el breve período de tiempo que Morsi estuvo en el poder, el ejército había incluso mejorado su posición como guardián de la nación. Realmente ganó una alta cuota de credibilidad cuando se produjo la intervención para derrocar a Morsi, con las masas cantando de nuevo “el ejército y el pueblo unidos otra vez”.

Pero los militares también tienen su ramalazo autoritario como demostró en la represión, que costó la vida a cientos de personas. La ley del estado de emergencia en Egipto, que había sido uno de los blancos de la revolución de 2011, se había instaurado de nuevo. La intervención militar fue dirigida contra parte de los objetivos de la revolución y el ejército ha restaurado en parte el gobierno cívico-militar para acabar con los actos de terrorismo de la Hermandad. Parece que al-Sisi tiene un interés especial en que el ejército juegue un papel mediador o de protección del gobierno democrático. O quizás su objetivo sea tutelar el poder mediante la reorganización de la rama civil, para situarse a la cabeza del gobierno (Herrmann, 2013). Este proceso podría basarse en una ideología neonaserista que incorpora a los liberales de El-Baradei y a los izquierdistas de Hamdeen Sabahi, aunque sin la orientación pan-arabista y socialista de Nasser. Esto significaría que los grupos revolucionarios estarían atrapados actualmente entre los movimientos de masas de la Hermandad por un lado y un régimen basado en un ejército renovado por otro, detrás de los cuales quedarían los grupos seculares e islámicos. Las medidas represivas del Estado y los toques de queda hacen difícil de momento organizar protestas, mientras la sociedad se encuentra dividida. Solo queda esperar que Sungur Savran tenga razón cuando dice que los revolucionarios y sectores enteros de la población
están rebosantes de confianza en sí mismos y en sus propias fuerzas” (2013). Están ya en pie al borde de la tercera fase de la revolución, momento en que deben reorganizarse de nuevo.

Dificultades en la vía de la reestructuración.

En Estambul, el régimen cada vez más autoritario del AKP también dio lugar a una ola de protestas. El malestar fue provocado por una cuestión aparentemente menor: la tala de cinco árboles del parque Gezi para levantar una zona comercial en el centro de la plaza Taksim de la ciudad. Inspirados por las “ocupaciones” llevadas a cabo en todo el mundo, la ocupación de Gezi fue también un significante vacío que permitía a la gente expresar su creciente sensación de incomodidad e insatisfacción manifiestas. Aquí tampoco fueron los “mismos de siempre” los que se reunieron para hacer oír su voz, sino una nueva generación del precariado urbano. Pero se unieron rápidamente gentes pertenecientes todas las generaciones. Como había ocurrido en otros lugares, las reuniones de la plaza de Taksim se convirtieron en lugar de encuentro para grupos anteriormente aislados y de diferentes estratos sociales. Constituían una escena desorganizada, contracultural, post política, de cuadros escindidos de sus organizaciones, activistas LGBT, izquierdistas de los viejos tiempos, simpatizantes del partido Kemalista CHP o del grupo “Musulmanes anticapitalistas”, por nombrar algunos. Las protestas se extendieron rápidamente, en parte gracias a la dura represión del gobierno que utilizó agua a presión y gases lacrimógenos disparados a discreción.

Durante los diez días que duró el movimiento de resistencia, en 77 pueblos y ciudades se llevaron a cabo manifestaciones y ocupaciones de las plazas. Millones de personas salieron en apoyo de los activistas (Occupy Gezi, Luxemburgo 2013). Las protestas fueron también una llamada de atención para los partidos de la oposición, en particular para el Kemalista CHP y el izquierdista kurdo BDP.

Pero las plazas –como todas las que se habían ocupado antes– quedaron vacías y las manifestaciones aplastadas. Una vez más la movilización se dispersó a los barrios. Los foros públicos se están reuniendo en los parques de toda Estambul y en otros pueblos y ciudades de todo el país. La protesta se trasladó a la vida cotidiana, con comidas rápidas en medio de las calles, coctails contra Erdogan (y contra su ley antialcohol), mítines, una explosión de arte callejero y la celebración de bodas con contrayentes e invitados protegidos por máscaras antigás en el parque Gezi. Los foros que se celebran en las calles, convocados por las redes sociales, están creando un espacio para la discusión sobre cómo reorientar y reorganizar la movilización. Dado que el gobierno está firmemente apoyado por amplios sectores de la población (sobre todo en las zonas rurales, ¿cómo puede el movimiento mantener su impulso o transformar su energía en algo nuevo? Algunos sueñan con fundar un nuevo partido político, pero dada la heterogeneidad del movimiento, esta opción resulta sin duda apresurada. Un enfoque mucho más prometedor es centrarse en las próximas elecciones municipales. Una serie de grupos diversos están ahora tratando de encontrar una perspectiva que convine varias opciones. Mucho dependerá de si en las reuniones se encuentra un campo abierto a la formación de nuevas alianzas. El factor crucial es la relación futura entre los dos grupos de la oposición con mayor número de seguidores: los Kemalistas, aún firmemente asidos al nacionalismo, y el movimiento kurdo. Tal vez gracias al impulso generado por Gezi, sea posible llegar a un acuerdo sobra los candidatos propuestos por las asambleas de los distintos barrios. Puede ser que también el popular político de izquierdas Sirri Süreyya Önder, miembro del BDP que resultó herido en las protestas de Gezi, pueda ganar las elecciones a la alcaldía de Estambul.

Abdullah Öçalan, que sigue siendo punto de referencia clave del movimiento kurdo, está trabajando para superar el escepticismo y aunando ahdesiones al movimiento de protesta. Incluso ha ido tan lejos como recomendar la disolución del marco del viejo partido para que pueda dedicarse plenamente a la reorganización de la izquierda. La izquierda está tratando de formar una plataforma global, la HDK (Halklarin Demokratik Kongresi), o Congreso Democrático del Pueblo), que incluiría al BDP y otros 15 partidos y organizaciones. Se inició el proceso hace dos años y ahora el impulso creado por las protestas ha acelerado las negociaciones para que se llegue finalmente a un acuerdo. No obstante, la HDK no sólo debe superar la fragmentación de la izquierda política, sino también encontrar una manera de integrar orgánicamente los intereses y modelos políticos que existen en el movimiento de protesta. En otras palabras, en lugar de contemplarse como un representante más del movimiento, la HDK debe ser el núcleo en torno al cual sea creada la nueva organización, una especie de columna vertebral institucional que mantenga estrechos lazos con los foros públicos. La HDK ha fundado el partido HDP para que pueda participar en las elecciones municipales. Esto permitirá que la HDK siga funcionando como plataforma, mientras que el HDP y el BDP pueden presentar candidatos en el este y oeste de Turquía, respectivamente. No se trata tanto de acceder a la sede del poder como de apoyar de nuevo formas eficaces de organización y anclajes institucionales en los municipios.

 

La indignación se esfuma

Las movilizaciones exitosas en España, Portugal y Grecia llevaron entre otras cosas a la elección de gobiernos de derecha. Sus líderes están siguiendo una senda extremadamente canallesca para sus pueblos con la aplicación del dogma neoliberal del austericidio a rajatabla, que afecta de forma extremadamente negativa a la mayoría más desfavorecida de la población. A la que además despoja de sus derechos laborales y sociales, mientras privatiza los servicios públicos esenciales indispensables para salvar la vida de los desheredados. Las protestas de masas están a la orden del día. Las huelgas generales y las manifestaciones a gran escala están atrayendo a millones de personas, con más de un cuarto de la población total en Portugal que se echa a la calle a protestar. Las encuestas también señalan que las protestas disfrutan de un gran apoyo y aprobación del resto de la población, y (más allá de verse así mismos como parte de las alianzas horizontales de la democracia directa) están asumiendo una función representativa con mucho más vigor que si las hicieran sectorialmente. La mayoría de los periódicos también están llenos de artículos denunciando a la troika y sus políticas imperialistas, la incompetencia de sus propios gobiernos y los elevadísimos niveles de corrupción entre la élite empresarial-financiera y la casta política de la puerta giratoria. El fracaso en España del mal llamado Partido Popular, por su parte, se ha enredado en un escándalo de financiación de proporciones colosales y el apoyo al gobierno ha caído a un mínimo histórico. En Portugal, el Tribunal Constitucional ha rechazado los planes de austeridad del gobierno. La coalición de derecha gobernante en el país se sigue remodelando, en un esfuerzo para no caer hecha trizas. Está incluso creándose una posición contraria al gobierno dentro del ejército y la policía. La situación actual esta tomando impulso renovador reviviendo los recuerdos de la “Revolución de los Claveles” de 1974 y en cada revuelta, huelga o manifestación resuena la antigua “Grándola vila morena”, al son de la cual el ejército accedió al poder apoyado por el pueblo. Sin embardo, se trata de no mantener falsas esperanzas. Ambos gobiernos se encuentran gravemente debilitados, pero a pesar de que se están tambaleando no parece que vayan a caer de un un momento a otro, sobre todo estando apoyados por el capital financiero especulativo nacional y transnacional. Un constitucionalismo neoliberal autoritario en Europa está exonerando al capital del cumplimiento de todas las normas de su propia democracia capitalista –que teniendo en cuenta los desastrosos resultados económicos– gobierna exclusivamente para el poder financiero-empresarial, vendiendo sus países a trozos, en saldos por liquidación.

Los movimientos están tratando de reorientarse. Esto ya es suficiente para conquistar la sociedad civil, ocupar las plazas, apoderarse de las calles, organizar acciones simbólicas, evitar los desalojos y ganarse la iniciativa ciudadana. También se centran en un proceso desconstituyente, cuyo objetivo es derrocar al gobierno y disolver el parlamento. “Mucha gente está empezando a pensar que la toma del poder institucional es importante. Pero también hay una gran parte del movimiento que no quiere tener nada que ver con eso
. (Ruiz, 2013). La lucha por la sede del poder va a determinar el futuro de los movimientos.

 

 



 

Sus esfuerzos van dirigidos tanto a la reorganización de un partido de nuevo tipo como a la formación de un frente cívico, que no pretende gobernar el país. El factor crucial será ver si los diferentes elementos que componen el movimiento –sindicatos, Izquierda Unida y los partidos nacionalistas de las izquierdas regionales– pueden comunicarse entre ellos lo suficiente como para alcanzar los objetivos estratégicos compartidos. En su último manifiesto, el Movimiento 15-M, junto con otros sectores de la amplia movilización social (iniciativas de grupos, miembros de sindicatos, y hasta de IU), dicen que están en marcha los debates sobre cómo empezar el proceso de convocatoria de una asamblea constituyente. El proceso vincula esto a los nuevos movimientos con modelos políticos democráticos reales de discusión y organización horizontal y diagonal en los barrios y regiones así como en el ámbito nacional, e incluso europeo. En lugar de la toma del poder ejecutivo, la movilización social (el poder constituyente) tiene por objeto restablecer las instituciones sociales (el poder constituido). Pero hasta ahora, este proceso no parece estar haciendo grandes progresos. Portugal celebrará pronto elecciones municipales y tal vez en junio elecciones generales, pero no queda claro qué debería ocurrir si el gobierno es derrocado. El Partido Comunista, el Bloque de Izquierdas y el Partido Socialista no tienen perspectivas de formar un gobierno de coalición. Los procesos alternativos de la sociedad civil no se desarrollan correctamente. Más allá de las impresionantes manifestaciones, las estructuras organizativas son escasas y no muy potentes.

 

¿Se puede conquistar el poder sin cambiar el mundo?

El Gobierno de Grecia también se ha debilitado. El partido socialdemócrata de izquierdas Dimar se retiró de la coalición en respuesta al cierre por sorpresa de la emisora estatal de televisión y a las protestas masivas que siguieron. Eso ha dejado al gobierno con una mayoría muy estrecha en el parlamento. Es muy probable que una nueva ronda de huelgas y disturbios, combinados con la falta de recuperación económica, ponga en serias dificultades a la debilitada coalición formada por la conservadora Nueva Democracia, (ND) y el socialdemócrata de derechas PASOK. Algunos observadores sospechan que ND podría entrar en una coalición con un grupo disidente formado por miembros del partido fascista Aurora Dorada. Es cierto que la ND sí ha sugerido la fundación de un nuevo partido de centro, aunque no queda claro qué grupos incluiría y qué segmento del electorado sería su objetivo.

Si la actual coalición se viera afectada por una nueva crisis (aunque esto es difícil de predecir en este momento) que provocara nuevas elecciones, se plantearía la cuestión de si un gobierno de izquierda encabezado por Syriza podría ganar las elecciones. Las encuestas reflejan un empate técnico entre Nueva Democracia y Syriza. El PASOK ha quedado reducido a un mero siete por ciento, lo que significa que ND está en peligro de perder su socio de coalición, aunque también Syriza tendría que buscar un socio.

Syriza actúa como una especie de punto concéntrico: participando en las actividades de la sociedad civil, en la autoorganización y en la protesta, lo que combinado se traduce en perspectivas reales de entrar en el poder. “Y, sin embargo, el margen para la adopción de medidas dentro de las instituciones existentes es probable que sea muy pequeño
. Hay pocas posibilidades de que la Troika o los mercados financieros internacionales aflojen el dogal. Todo lo contrario. Syriza sabe muy bien que es imposible tomar el poder sin cambiar el mundo (Luxemburgo, 2013). Un posible gobierno de izquierda se acuña entre el constitucionalismo europeo autoritario y una máquina burocrática impulsada por el Pasok y el clientelismo de Nueva Democracia, y debe contar con las medidas del capitalismo de hundir al país aún más en su crisis económica. No va a ser suficiente para rechazar y renegociar el memorando, la introducción de controles al capital y de un programa integral de desarrollo por parte del gobierno. Si no hay un reto fundamental al status quo, si no se crean nuevas instituciones a continuación, ni siquiera Syriza tendrá posibilidades de formar gobierno.

El gobierno tendría que negarse a gobernar sobre una base tradicional. Para ello, debería desarrollar un programa social y económico de emergencia y de aplicación inmediata de una política diferente, combinado todo ello con una reorganización colectiva de la sociedad. Las redes de ayuda y los procesos de organización basados en la solidaridad que han creado las redes de la sociedad civil son muy necesarios para llevar a cabo este programa (Wainwright, 2012). Sin embargo no sabemos si sería suficiente para apoyar a un gobierno de izquierda durante una transición en medio de una crisis espantosa. También sería necesario contar con una fuente de solidaridad internacional y que se llevaran a cabo procesos similares en otros países.

Todo el mundo está luchando en su propio rincón

Europa ha comenzado a luchar de nuevo, pero es difícil coordinar las batallas independientes que se libran en toda la región. Teniendo en cuenta que cada una de ellas se desarrolla en condiciones muy diferentes y está determinada por numerosas causas simultáneamente, la falta de coordinación resulta evidente. No obstante, si bien resulta imposible adoptar un patrón único para todas, sí tendría sentido buscar los puntos comunes de partida y de concentración.

Numerosos partidos de izquierda de Europa han expresado su solidaridad con Grecia. El Partido de la izquierda de Alemania, por ejemplo, ha hecho un gran esfuerzo en este sentido y ha elaborado una declaración conjunta con Syriza. Sin embargo, actualmente no hay signo de adopción de una posición común de la izquierda. Los partidos de izquierda del sur de Europa están discutiendo una perspectiva y una posición estratégica común. Tal como están las cosas, la comunicación con sus homólogos del norte necesitaría un mayor desarrollo.

En cuanto a la situación relativa a la solidaridad entre los sindicatos de Europa, resulta especialmente dramática. La Confederación Europea de Sindicatos no está preparada para actuar como coordinador, porque la diferencia de intereses de los distintos miembros que la componen son demasiado fuertes y las condiciones de cada país son muy diferentes (Wahl, 2012). El 14 de noviembre del año pasado, la confederación dio un paso histórico que nunca se había visto antes: una serie de países europeos celebraron huelgas generales y participaron en manifestaciones comunes de solidaridad. Pero particularmente los sindicatos alemanes como IG Metall se debaten entre su oposición a las políticas de austeridad neoliberales y las ventajas de que disfrutan al formar parte de la gestión de la crisis del país, a expensas de los asalariados de otros países. Los sindicatos alemanes apenas participaron en la huelga general y en las manifestaciones asociadas a la misma (Bierbaum, 2013). Una parte de los sindicatos (como la división de política económica de la Junta Ejecutiva Nacional, manifestaron desde el principio sus críticas a la Unión Europea y declararon su solidaridad con Grecia. Pero no comenzaron su agitación pública hasta muy tarde, cuando un grupo publicó un manifiesto oficial titulado “¡Fundemos la Unión Europea de nuevo¡
y la Confederación de Sindicatos Alemanes (DGB) publicó su Plan Marshal para Europa. Ninguna de estas declaraciones ha tenido muchos efectos prácticos.

Pero los movimientos de la órbita 15-M y Occupy están luchando para coordinar sus protestas en toda Europa. Su lucha está en su mayor parte limitada al ámbito nacional, y aunque está comenzando a adquirir un carácter transfronterizo, el proceso es lento y esporádico. En la mayoría de los casos los grupos carecen de la fuerza necesaria. Las curvas del aprendizaje que conducen a una forma práctica de solidaridad son difíciles de alcanzar, aunque no carecen de grandes posibilidades de éxito, como se demostró en los días de acción coordinada de mayo de 2012 en conmemoración del aniversario de la ocupación de la Puerta del Sol de Madrid y Blockupy Frankfurt. También constituyen la cooperación “nuevos-viejos” (movimientos sociales, partidos de izquierda y sindicatos). Se están llevando a cabo innumerables reuniones –unas pequeñas y otras más numerosas
, desde Florencia 10+10 y la Cumbre Alter en Atenas, hasta las numerosas reuniones de Ágora, días de acciones conjuntas, conferencias y talleres para discutir contradicciones y problemas, así como para el intercambio de estrategias y formas de abordar y plantear las cuestiones específicas.

 

 

¿Cuáles podrían ser los puntos comunes para crear una forma de organización transnacional?

 

La inauguración del nuevo edificio del BCE en Frankfurt en 2014 y la correspondiente ronda de protestas de Blockupy, podrían asumir un papel simbólico importante para el inicio de la movilización a nivel internacional. El proceso de organización es aún más importante que las propias protestas, ya que podría crear un espacio transnacional permanente para la discusión de las estrategias y movilizaciones conjuntas.

Las auditorías de la deuda nacional y europea y los procesos constitucionales desde abajo hacia arriba (Candeisas, 2013) están todavía en el orden del día del movimiento, ya que han fracasado hasta ahora a pesar de los esfuerzos realizados para crear el impulso necesario. Por importantes que sean estos temas, la mayoría de los activistas están más apasionados por hacer frente a las batallas cotidianas a las que se enfrentan, como el desempleo, la sanidad, la educación, la vivienda y la propia alimentación. La lucha contra los desalojos, y la restructuración neoliberal, juegan un papel crucial en cada una de las movilizaciones que se están produciendo en Estambul, Berlín, Detroit o Madrid.

 

En España las movilizaciones contra los desalojos y las iniciativas como Kotti y demás (Luxemburg 2012 y ss.) son signos esperanzadores de una nación que tiene una cultura de protesta especialmente activa.

 

¿Cómo pueden estas batallas locales unirse en una red transnacional?

 

Un día de acción conjunta como comienzo. Una Iniciativa Ciudadana Europea (ICE) contra los desalojos sería probablemente una buena manera de incrementar el activismo en el período previo a las elecciones europeas. La primera ICE –contra la privatización del suministro del agua– fue un éxito y ha obligado a la Comisión a abordar las demandas presentadas. Todo a condición de que este tipo de iniciativas no se confundan con el movimiento en sí, sino que coexistan junto al mismo, en una relación orgánica que puede desempañar un papel importante en la generación de un impulso a la movilización. Los sindicatos de la Confederación de Sindicatos Alemanes están trabajando actualmente con organizaciones hermanas de toda Europa para poner en marcha una iniciativa ciudadana para que se lleve a cabo un Plan Marshall para Europa (Luxemburgo 2013). Una diferencia crucial entre una ICE y una estrategia como la PHA en España para evitar los desahucios, es que una iniciativa ciudadana tiene como objetivo luchar por una sola reivindicación concreta. La PAH, por ejemplo, está organizada para frenar los desalojos, como parte de los esfuerzos para reestructurar ampliamente la izquierda y lograr un cambio de mayor alcance para el conjunto de la sociedad (la transformación en sentido real amplio). Aunque todo éxito en la lucha por cambios concretos es importante en sí mismo, no se puede alcanzar el objetivo general si no se fortalece también la capacidad de la mayoría ciudadana para aumentar el poder de la organización del movimiento de modo que luego pueda fijar su vista en la sede del poder transnacional europeo. Un tema concreto en el que concentrarse, sería el proceso constituyente transnacional negociado diagonalmente y desde abajo hacia arriba. Pero antes debe darse un proceso desconstituyente, una ruptura real con el status quo a nivel europeo. Es poco probable que se pueda hacer también en el plano transnacional de inmediato.

Para ser claros, la organización transnacional es muy necesaria. Pero es posible que su creación sólo pueda dar comienzo cuando se produzca el rompimiento del status quo en algún país. Lo que puede ocurrir en Grecia si llega al poder un gobierno de izquierda que rechace de plano las políticas de austeridad de la troika, exija nuevas negociaciones para aliviar la asfixia de la deuda e introduzca el control de capitales, etc. Los políticos tienen que afrontar el riesgo de incumplir las directrices de la UE. Seguirían otros gobiernos y el siguiente paso sería ampliar los cambios ya comenzados en uno o más países en Europa. Tal como están las cosas, sin embargo, sólo Grecia parece presentar la opción real de que esto ocurra, aunque el actual gobierno está haciendo todo lo posible para evitar esta probabilidad. Dado que los gobiernos de Grecia, Portugal, España e Italia podrían caer también, empieza a parecer realista una posible alianza de la izquierda del sur de Europa. Tal alianza afectaría no solamente a los movimientos y partidos de izquierda, sino que también abriría una posibilidad para que la socialdemocracia saliera de la vergonzosa y calamitosa situación en que ha caído. Si se combina con una amplia movilización y organización en Europa, este enfoque nacional-transnacional para cambiar la actual correlación de fuerzas y cuestionar las instituciones existentes puede abrir unos horizontes totalmente nuevos. Se puede hacer caer la sede del poder institucionalizado. Si la organización transnacional molecular pasa del ámbito local al europeo, habrá empezado al menos a preparar el terreno para que esto suceda. Esta ruptura del status quo tendría que dar paso a un proceso constituyente de abajo hacia arriba, mediante el uso de modelos políticos como el consejo (que se adapta a los nuevos movimientos por la democracia real) para el debate y la organización horizontal y diagonal en los barrios, regiones y países de Europa.

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*Mario Candeias es licenciado en ciencias políticas e investigador del Instituto de Análiss Social de la Fundación Rosa Luxemburgo de Berlín.

Fuente: http://www.socialistproject.ca/bullet/922.php

 

  

 

 

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