¿Por
dónde se va al Palacio de Invierno, por favor?
Ecos transnacionales y transformaciones bloqueadas.
Por Mario Candeias
Ilustraciones de
O COLIS
Traducción de Enrique Prudencio para Zonaizquierda.org
Activados por la Primavera Árabe, cobraron impulso en 2011 una serie de
movimientos transnacionales, como los “indignados” en Europa y Occupy en
EE.UU., que posteriormente se extendieron a Turquía, Chile, o a Brasil.
El activismo está siendo protagonizado por un precariado urbano
perteneciente a la generación que mejor formación académica ha recibido
en la historia. Una y otra vez se abren espacio para la protesta y la
organización. Una vez tras otra las protestas llevadas a cabo en un
lugar comienzan a producir eco en otro, surgen las conexiones
transnacionales y la solidaridad se sitúa en primer plano. Sucedió
recientemente casi al mismo tiempo en Atenas, Gezi Park en Estambul,
Portugal y en otras ciudades de Turquía y Brasil.
Aunque el primer ciclo de protestas logró un enorme auge en la
movilización social, terminó agotándose en sí mismo, o más bien está
viendo la transformación que propugna bloqueada en todo el mundo. Los
gobiernos y las élites del sistema siguen adelante imperturbables,
apoyados en su poder estructural local e internacional, sacando adelante
sus criminales políticas de austeridad. Las amplias y diversas
corrientes organizadas de la sociedad civil, no pueden llegar a las
sólidas instituciones sobre las que se asienta el poder. Las debilidades
estructurales de los movimientos sociales implican que “pueden tomar el
control de las plazas, pero no pueden mantenerlo”. Esta forma de
organización no ha sido capaz de aguantar ni en El Cairo, Madrid, Nueva
York o Estambul, donde los campamentos centrales han sido desalojados
violentamente por las fuerzas represivas del Estado. Pero en ninguno de
los casos estas acciones violentas del Estado han conseguido acabar con
los movimientos. Dadas las condiciones desfavorables y la todopoderosa
oposición a la que se enfrentan, bien podía haberse dado el caso de
que estos movimientos hubiesen desaparecido. Pero sorprendentemente no
ha sido así. Han sobrevivido y ahora se están reorganizando. Al hacerlo,
deben reorientar su estrategia y mantener la vista fija en la sede del
poder.
Organización molecular
El movimiento antiglobalización internacional se ha ido agotando tras
las consecutivas reuniones de las organizaciones internacionales como la
OMC, el G-8, lo mismo que los animados Foros Mundiales en los que se
concentraban las protestas a nivel internacional, aunque algunos
miembros han sobrevivido y se están organizando. Los nuevos Movimientos
son apenas visibles (fuera de sus espectaculares acciones puntuales),
aunque están luchando para vincular sus discursos a los debates que
tienen lugar en el ámbito internacional. Y a la vista de la crisis del
neoliberalismo, una sensación de impotencia rodea la cuestión de la
estrategia. ¿Cómo podemos seguir las discusiones de los foros y llegar
al menos a una posición unificada?
El exitoso fracaso ha llevado siempre al éxito final de los movimientos
más importantes de la izquierda. Y esto se debe, o bien a que los
mayores logros conseguidos por las revoluciones pasivas fueron siempre
acuerdos de integración en las crecientes formas capitalistas de
gobierno y socialización, o bien porque los gobiernos y grupos que
hicieron las promesas perdieron la batalla y fueron derrotados
violentamente, o vieron que su auge decaía y se fragmentaron mientras que
algunas facciones se convirtieron en marginales y otras se integraron de
nuevo al sistema. Pero no obstante, los esfuerzos individuales no
cesaron y continuaron trabajando en la base. Sus experiencias y las
metas aún por alcanzar no han desaparecido. Las innovaciones están en
marcha.
Mientras el movimiento antiglobalización realizaba su
activismo por todo el mundo, de Seattle a Genova y de allí a Barcelona,
siguiendo las cumbres celebradas por las élites del poder, permitiendo a
cientos de miles de personas la experiencia que proporciona formar parte
de un movimiento transnacional, a la espera de que el ciclo alumbrara un
nuevo movimiento de lucha por la democracia en unas nuevas condiciones,
para volver a extenderlo por todo el mundo y crear réplicas en contextos
completamente diferentes. Pero los nuevos movimientos ya no siguen las rondas de las negociaciones
internacionales, ni están organizados en forma de movimiento global. Ahora
los nuevos movimientos por la democracia actúan en otra red transicional, en una senda más directa, y dado el escenario de la
globalización y la crisis, se están extendiendo en olas de ecos
transnacionales. La movilización está basada en las circunstancias
locales y suele estar más enraizada y organizada en la base de lo que lo
estaba el movimiento antiglobalización. En muchos países, ha ido incluso
más allá de los círculos de izquierda y está mucho mejor afianzada en
amplias capas de la población. Los grupos están aprendiendo a nivel
internacional. Se relacionan entre ellos y utilizan los mismos símbolos
y metodologías activistas adaptadas a las “situaciones concretas en los
momentos concretos”. Esto se ha reflejado en las acampadas y en sus
modelos sociales de democracia directa.
No obstante, la discusión (por la democracia) de los nuevos movimientos
se limita demasiado a las plazas y las acampadas, a los acontecimientos
que se desarrollan en estos espacios, estos Erscheinungsraum (espacios
de aparición), donde se puede ver a la gente charlando animadamente con
seductoras sonrisas (Rehman, 2012). Se presta mucha menos atención a la
red en forma de rizoma, es decir, a la amplia gama de vibrantes
relaciones que las plazas deben tener con otros movimientos y
organizaciones (y aún más allá, a las relaciones con el poder social en
su conjunto). Esta red dota de su significado al Erscheinungsraum en
primer lugar, porque es aquí donde su impacto social (más allá del
pequeño círculo de los que están en la acampada) sale verdaderamente a
la luz.
Los nuevos movimientos son comparables a “gigantescas cámaras de
resonancia”, inicialmente meros “significantes vacíos” (Lacan), un grito
de ira y reivindicación de “democracia real” (¡Democracia Real Ya!).
Estaban definidos, pero sin embargo lo suficientemente vagos como para
que las diferentes iniciativas, fragmentadas, y las directrices
sirvieran para rearticularse a sí mismos y volver a agruparse de nuevo.
Ocupar las plazas crea el espacio que los grupos aislados necesitan para
salir de sus contextos sociales particulares, de sus nichos y escenarios
cotidianos y establecer vínculos con los demás.
La colaboración orgánica permite a los nuevos movimientos expandirse
sociológicamente (más allá de su propio precariado de jóvenes con
estudios) y geográficamente (más allá de sus propias ciudades) para
llegar a una masa más amplia de defensores y simpatizantes (Rehman
2012). He utilizado el término “orgánica” porque a diferencia de eventos
como las revueltas sindicales de Seattle en 1999, éstas no eran las
alianzas tácticas o estratégicas que existen en las organizaciones o
movimientos totalmente formados y estructurados. Esto consiste más bien
en grupos de individuos colaborando con otros en un proceso en el curso
del cual se está formando un movimiento en que la capacidad política
para la acción puede fortalecerse en nuevas combinaciones para conseguir
entre todos los objetivos comunes, en cuyo proceso puede florecer la
solidaridad. Esto ha sido posible porque, junto con los muchos jóvenes
que apoyan el movimiento, hubo numerosas iniciativas locales, grupos de
izquierdas y organizaciones sindicales de base que se unieron al
movimiento desde el comienzo. Todo ello también ha revivido y
reorientado la práctica organizativa dentro de los viejos movimientos y
partidos políticos de izquierdas. La generación Tahrir está entrando en
contacto con la generación Seattle y con los viejos “nuevos movimientos”
y el movimiento obrero. La movilización está recorriendo todos los
grupos, con independencia de edades.
Dada la naturaleza orgánica de la colaboración, no tendría sentido
separar los diferentes grupos. Estos se extienden más allá de los
propios activistas, y ahora millones de personas ven que también ellos
pueden levantarse para hacer frente al estatus quo. Millones de personas
que nunca han estado ligadas a ningún tipo de actividad política, o que
estaban desengañados de poder conseguir nada mediante el trabajo
político, se están involucrando en las protestas. Esto ha creado un
impulso que ya no es tanto un “nuevo movimiento social”, del tipo así
definido en términos sociológicos, sino una movilización social.
Cuando las plazas fueron desalojadas, la gente construyó las
colaboraciones orgánicas que existieron durante las ocupaciones y
cambiaron su estrategia en una forma que (inicialmente) asegurara la
supervivencia y el proceso de desarrollo. Se dispersó por los barrios
sin disiparse totalmente. Desde allí, se pudo expandir la movilización
y comenzar a atender los problemas concretos luchando contra los
desahucios (en España y EE.UU.), creando redes de solidaridad activas
para el cuidado médico y la recogida y entrega alimentos (Grecia),
proporcionando ayuda directa en catástrofes naturales (Occupy Sandy en
EE.UU.) y actuando en el sector industrial público (como por ejemplo la
ola de protestas en España contra la privatización del agua y la lucha
contra el cierre de la radiotelevisión en Grecia).
En lugar de estar centralizado, este tipo de organización molecular, que
se ha visto en numerosos y diferentes lugares al mismo tiempo, es el
producto de la coordinación y las estructuras de comunicación. Las
comisiones de enlace entre los vecindarios (como existen en España) u
otras basadas en Internet, los enlaces de la cadena organizativa para
coordinar los grupos y la creación de grupos especializados y otras
iniciativas se ven en varios lugares. La gente se reúne para compartir
la información entre activistas y simpatizantes. Las diferentes campañas
se coordinan entre sí y con las manifestaciones masivas y huelgas
generales. Pero a pesar de esto sigue siendo muy difícil mantener la
movilización de forma permanente. Está siendo muy castigada por el poder
transnacionalizado. Se están dispersando fragmentos del movimiento una
vez más y se están destrozando las conexiones de largo alcance como las
creadas por Occupy Wall Street. Se ve por todas partes que el Movimiento
tiene que abordar nuevas tareas estratégicas.
El bloqueo de la Primavera Árabe
El “asalto al Palacio de Invierno” del norte de África fue posible
porque los regímenes de allí no tenían forma de unir a las masas, no
podían basarse en una sociedad civil desarrollada y el bloque
transnacional que había apoyado a estos gobiernos durante mucho tiempo
no pareció esta vez muy interesado en participar en la represión. Cuando
las masas comenzaron a levantarse, lo único que los regímenes
establecidos pudieron hacer fue tratar de reprimirlas. Pero los
militares que en Túnez y Egipto forman parte de los poderes fácticos,
temían ser arrasados por los levantamientos si estos terminaban
triunfando. Las fisuras del bloque del poder se agrietaron. Los
militares se aseguraron su influencia separándose de los potentados de
siempre anclados en el poder y creando un nuevo bloque, diseñado para
controlar la revolución evitando los cambios radicales. La situación de
Egipto y Túnez, estaba bajo la influencia del bloque neoliberal
transnacional que apoyaba la posibilidad de una democratización
puramente cosmética, nominal. La idea era seguir con los dictadores
esperando que el mercado “libre y democrático” les permitiera hacer aún
mejores negocios.
Pero como todos sabemos, la revolución tunecina llevó al poder a los
grupos islámicos que no habían formado parte del levantamiento. Hasta la
fecha, ni los sindicatos tunecinos, ni la vieja izquierda, ni las
organizaciones neoliberales, ni las numerosas redes y círculos
involucrados en el movimiento han sido capaces de formular y organizar
una respuesta al poder en manos del partido Ennahda. Los movimientos
tienen que elaborar una fórmula que les permita ir más allá de los
grupos urbanos para llegar a la mayoría que vive en las zonas rurales e
incorporarla a un proyecto alternativo. Además, la división de
islamistas y seglares en polos opuestos ignora los problemas sociales y
carece de perspectivas para desencadenar un levantamiento, en primer
lugar. La oposición apoyaba al izquierdista Mohamed Brahmi, que fue
asesinado mientras se estancaba el proceso revolucionario. Han sido
suspendidos los trabajos de la asamblea constituyente. El Frente de
Salvación Nacional, la alianza de los partidos de la oposición, critica
al gobierno por su mala gestión y el estancamiento actual, instándole a
dimitir. Los influyentes sindicatos que forman la Unión General del
Trabajo de Túnez (UGTT) están tratando de actuar como mediadores. Las
elecciones podrían celebrarse al final del presente año, pero está por
ver si la oposición puede conseguir la mayoría.
La polarización causada por el régimen autoritario de Morsi en Egipto
llevó a la reorganización del movimiento revolucionario hacia delante
barriendo bajo la alfombra las cuestiones relativas a la pobreza y la
depresión económica. El movimiento Tamarod (“rebélate) abordó la
autoinfligida parálisis de la alianza de la izquierda y los grupos y
partidos liberales y tuvo éxito al movilizar la oposición al gobierno de
Morsi. El 30 de junio de 2013, seis meses de impresionante actividad y
autoorganización culminaron con manifestaciones de masas que fueron
descritas como capaces de “asustar a cualquier partido en el gobierno y
a cualquier clase dirigente” (Savran, 2013). Cuando el ejército egipcio
al mando del general al-Sisi destituyó a Morsi, líder de la Hermandad
Musulmana, que había sido elegido en unas elecciones fraudulentas (que a
pesar del fraude habían representado un gran paso adelante después de 30
años sin elecciones), no solo evitó el colapso económico y una posible
guerra civil, sino también la inminente continuación de la revolución
pendiente de 2011. Si el levantamiento se hubiese intensificado otra
vez, hubiera llevado a unas nuevas elecciones con una muy probable
victoria de la oposición que hubiese cuestionado el poder político y
económico del ejército. Pero una gran parte de la población aplaudía el
“golpe Bonapartista” por haber derrocado al líder de la Hermandad
Musulmana, organización islámica que era el enemigo común. No esperaban
que la posterior represión les afectara también a ellos de alguna forma.
¿Esperaban que esta intervención del ejército contra la organización
reaccionaria de los Hermanos Musulmanes facilitara la revolución al
debilitar a dicha organización, enemiga de la misma? Durante el breve
período de tiempo que Morsi estuvo en el poder, el ejército había
incluso mejorado su posición como guardián de la nación. Realmente ganó
una alta cuota de credibilidad cuando se produjo la intervención para
derrocar a Morsi, con las masas cantando de nuevo “el ejército y el
pueblo unidos otra vez”.
Pero los militares también tienen su ramalazo autoritario como demostró
en la represión, que costó la vida a cientos de personas. La ley del
estado de emergencia en Egipto, que había sido uno de los blancos de la
revolución de 2011, se había instaurado de nuevo. La intervención
militar fue dirigida contra parte de los objetivos de la revolución y el
ejército ha restaurado en parte el gobierno cívico-militar para acabar
con los actos de terrorismo de la Hermandad. Parece que al-Sisi tiene un
interés especial en que el ejército juegue un papel mediador o de
protección del gobierno democrático. O quizás su objetivo sea tutelar el
poder mediante la reorganización de la rama civil, para situarse a la
cabeza del gobierno (Herrmann, 2013). Este proceso podría basarse en una
ideología neonaserista que incorpora a los liberales de El-Baradei y a
los izquierdistas de Hamdeen Sabahi, aunque sin la orientación
pan-arabista y socialista de Nasser. Esto significaría que los grupos
revolucionarios estarían atrapados actualmente entre los movimientos de
masas de la Hermandad por un lado y un régimen basado en un ejército
renovado por otro, detrás de los cuales quedarían los grupos seculares e
islámicos. Las medidas represivas del Estado y los toques de queda hacen
difícil de momento organizar protestas, mientras la sociedad se
encuentra dividida. Solo queda esperar que Sungur Savran tenga razón
cuando dice que los revolucionarios y sectores enteros de la población
“están rebosantes de confianza en sí mismos y en sus propias fuerzas”
(2013). Están ya en pie al borde de la tercera fase de la revolución,
momento en que deben reorganizarse de nuevo.
Dificultades en la vía de la reestructuración.
En Estambul, el régimen cada vez más autoritario del AKP también dio
lugar a una ola de protestas. El malestar fue provocado por una cuestión
aparentemente menor: la tala de cinco árboles del parque Gezi para
levantar una zona comercial en el centro de la plaza Taksim de la
ciudad. Inspirados por las “ocupaciones” llevadas a cabo en todo el
mundo, la ocupación de Gezi fue también un significante vacío que
permitía a la gente expresar su creciente sensación de incomodidad e
insatisfacción manifiestas. Aquí tampoco fueron los “mismos de siempre”
los que se reunieron para hacer oír su voz, sino una nueva generación
del precariado urbano. Pero se unieron rápidamente gentes pertenecientes
todas las generaciones. Como había ocurrido en otros lugares, las
reuniones de la plaza de Taksim se convirtieron en lugar de encuentro
para grupos anteriormente aislados y de diferentes estratos sociales.
Constituían una escena desorganizada, contracultural, post política, de
cuadros escindidos de sus organizaciones, activistas LGBT, izquierdistas
de los viejos tiempos, simpatizantes del partido Kemalista CHP o del
grupo “Musulmanes anticapitalistas”, por nombrar algunos. Las protestas
se extendieron rápidamente, en parte gracias a la dura represión del
gobierno que utilizó agua a presión y gases lacrimógenos disparados a
discreción.
Durante los diez días que duró el movimiento de resistencia, en 77
pueblos y ciudades se llevaron a cabo manifestaciones y ocupaciones de las
plazas. Millones de personas salieron en apoyo de los activistas (Occupy
Gezi, Luxemburgo 2013). Las protestas fueron también una llamada de
atención para los partidos de la oposición, en particular para el
Kemalista CHP y el izquierdista kurdo BDP.
Pero las plazas –como todas las que se habían ocupado antes– quedaron
vacías y las manifestaciones aplastadas. Una vez más la movilización se
dispersó a los barrios. Los foros públicos se están reuniendo en los
parques de toda Estambul y en otros pueblos y ciudades de todo el país.
La protesta se trasladó a la vida cotidiana, con comidas rápidas en
medio de las calles, coctails contra Erdogan (y contra su ley
antialcohol), mítines, una explosión de arte callejero y la celebración
de bodas con contrayentes e invitados protegidos por máscaras antigás en
el parque Gezi. Los foros que se celebran en las calles, convocados por
las redes sociales, están creando un espacio para la discusión sobre
cómo reorientar y reorganizar la movilización. Dado que el gobierno está
firmemente apoyado por amplios sectores de la población (sobre todo en
las zonas rurales, ¿cómo puede el movimiento mantener su impulso o
transformar su energía en algo nuevo? Algunos sueñan con fundar un nuevo
partido político, pero dada la heterogeneidad del movimiento, esta
opción resulta sin duda apresurada. Un enfoque mucho más prometedor es
centrarse en las próximas elecciones municipales. Una serie de grupos
diversos están ahora tratando de encontrar una perspectiva que convine
varias opciones. Mucho dependerá de si en las reuniones se encuentra un
campo abierto a la formación de nuevas alianzas. El factor crucial es la
relación futura entre los dos grupos de la oposición con mayor número de
seguidores: los Kemalistas, aún firmemente asidos al nacionalismo, y el
movimiento kurdo. Tal vez gracias al impulso generado por Gezi, sea
posible llegar a un acuerdo sobra los candidatos propuestos por las
asambleas de los distintos barrios. Puede ser que también el popular
político de izquierdas Sirri Süreyya Önder, miembro del BDP que resultó
herido en las protestas de Gezi, pueda ganar las elecciones a la
alcaldía de Estambul.
Abdullah Öçalan, que sigue siendo punto de referencia clave del
movimiento kurdo, está trabajando para superar el escepticismo y
aunando ahdesiones al movimiento de protesta. Incluso ha ido tan lejos como
recomendar la disolución del marco del viejo partido para que pueda
dedicarse plenamente a la reorganización de la izquierda. La izquierda
está tratando de formar una plataforma global, la HDK (Halklarin
Demokratik Kongresi), o Congreso Democrático del Pueblo), que incluiría
al BDP y otros 15 partidos y organizaciones. Se inició el proceso hace
dos años y ahora el impulso creado por las protestas ha acelerado las
negociaciones para que se llegue finalmente a un acuerdo. No obstante,
la HDK no sólo debe superar la fragmentación de la izquierda política,
sino también encontrar una manera de integrar orgánicamente los
intereses y modelos políticos que existen en el movimiento de protesta.
En otras palabras, en lugar de contemplarse como un representante más
del movimiento, la HDK debe ser el núcleo en torno al cual sea creada la
nueva organización, una especie de columna vertebral institucional que
mantenga estrechos lazos con los foros públicos. La HDK ha fundado el
partido HDP para que pueda participar en las elecciones municipales.
Esto permitirá que la HDK siga funcionando como plataforma, mientras que
el HDP y el BDP pueden presentar candidatos en el este y oeste de
Turquía, respectivamente. No se trata tanto de acceder a la sede del
poder como de apoyar de nuevo formas eficaces de organización y anclajes
institucionales en los municipios.
La indignación se esfuma
Las movilizaciones exitosas en España, Portugal y Grecia llevaron entre
otras cosas a la elección de gobiernos de derecha. Sus líderes están
siguiendo una senda extremadamente canallesca para sus pueblos con la
aplicación del dogma neoliberal del austericidio a rajatabla, que afecta
de forma extremadamente negativa a la mayoría más desfavorecida de la
población. A la que además despoja de sus derechos laborales y sociales,
mientras privatiza los servicios públicos esenciales indispensables para
salvar la vida de los desheredados. Las protestas de masas están a la
orden del día. Las huelgas generales y las manifestaciones a gran escala
están atrayendo a millones de personas, con más de un cuarto de la
población total en Portugal que se echa a la calle a protestar. Las
encuestas también señalan que las protestas disfrutan de un gran apoyo y
aprobación del resto de la población, y (más allá de verse así mismos
como parte de las alianzas horizontales de la democracia directa) están
asumiendo una función representativa con mucho más vigor que si las
hicieran sectorialmente. La mayoría de los periódicos también están
llenos de artículos denunciando a la troika y sus políticas
imperialistas, la incompetencia de sus propios gobiernos y los
elevadísimos niveles de corrupción entre la élite empresarial-financiera
y la casta política de la puerta giratoria. El fracaso en España del mal
llamado Partido Popular, por su parte, se ha enredado en un escándalo de
financiación de proporciones colosales y el apoyo al gobierno ha caído a
un mínimo histórico. En Portugal, el Tribunal Constitucional ha
rechazado los planes de austeridad del gobierno. La coalición de derecha
gobernante en el país se sigue remodelando, en un esfuerzo para no caer
hecha trizas. Está incluso creándose una posición contraria al gobierno
dentro del ejército y la policía. La situación actual esta tomando
impulso renovador reviviendo los recuerdos de la “Revolución de los
Claveles” de 1974 y en cada revuelta, huelga o manifestación resuena la
antigua “Grándola vila morena”, al son de la cual el ejército accedió al
poder apoyado por el pueblo. Sin embardo, se trata de no mantener falsas
esperanzas. Ambos gobiernos se encuentran gravemente debilitados, pero a
pesar de que se están tambaleando no parece que vayan a caer de un un
momento a otro, sobre todo estando apoyados por el capital financiero
especulativo nacional y transnacional. Un constitucionalismo neoliberal
autoritario en Europa está exonerando al capital del cumplimiento de
todas las normas de su propia democracia capitalista –que teniendo en
cuenta los desastrosos resultados económicos– gobierna exclusivamente
para el poder financiero-empresarial, vendiendo sus países a trozos, en
saldos por liquidación.
Los movimientos están tratando de reorientarse. Esto ya es suficiente
para conquistar la sociedad civil, ocupar las plazas, apoderarse de las
calles, organizar acciones simbólicas, evitar los desalojos y ganarse la
iniciativa ciudadana. También se centran en un proceso desconstituyente,
cuyo objetivo es derrocar al gobierno y disolver el parlamento. “Mucha
gente está empezando a pensar que la toma del poder institucional es
importante. Pero también hay una gran parte del movimiento que no quiere
tener nada que ver con eso”. (Ruiz, 2013). La lucha por la sede del
poder va a determinar el futuro de los movimientos.
Sus esfuerzos van dirigidos tanto a la reorganización de un partido de
nuevo tipo como a la formación de un frente cívico, que no pretende
gobernar el país. El factor crucial será ver si los diferentes elementos
que componen el movimiento –sindicatos, Izquierda Unida y los partidos
nacionalistas de las izquierdas regionales– pueden comunicarse entre
ellos lo suficiente como para alcanzar los objetivos estratégicos
compartidos. En su último manifiesto, el Movimiento 15-M, junto con
otros sectores de la amplia movilización social (iniciativas de grupos,
miembros de sindicatos, y hasta de IU), dicen que están en marcha los
debates sobre cómo empezar el proceso de convocatoria de una asamblea
constituyente. El proceso vincula esto a los nuevos movimientos con
modelos políticos democráticos reales de discusión y organización
horizontal y diagonal en los barrios y regiones así como en el ámbito
nacional, e incluso europeo. En lugar de la toma del poder ejecutivo, la
movilización social (el poder constituyente) tiene por objeto
restablecer las instituciones sociales (el poder constituido). Pero
hasta ahora, este proceso no parece estar haciendo grandes progresos.
Portugal celebrará pronto elecciones municipales y tal vez en junio
elecciones generales, pero no queda claro qué debería ocurrir si el
gobierno es derrocado. El Partido Comunista, el Bloque de Izquierdas y
el Partido Socialista no tienen perspectivas de formar un gobierno de
coalición. Los procesos alternativos de la sociedad civil no se
desarrollan correctamente. Más allá de las impresionantes
manifestaciones, las estructuras organizativas son escasas y no muy
potentes.
¿Se puede conquistar el poder sin cambiar el mundo?
El Gobierno de Grecia también se ha debilitado. El partido
socialdemócrata de izquierdas Dimar se retiró de la coalición en
respuesta al cierre por sorpresa de la emisora estatal de televisión y a
las protestas masivas que siguieron. Eso ha dejado al gobierno con una
mayoría muy estrecha en el parlamento. Es muy probable que una nueva
ronda de huelgas y disturbios, combinados con la falta de recuperación
económica, ponga en serias dificultades a la debilitada coalición
formada por la conservadora Nueva Democracia, (ND) y el socialdemócrata
de derechas PASOK. Algunos observadores sospechan que ND podría entrar
en una coalición con un grupo disidente formado por miembros del partido
fascista Aurora Dorada. Es cierto que la ND sí ha sugerido la fundación
de un nuevo partido de centro, aunque no queda claro qué grupos
incluiría y qué segmento del electorado sería su objetivo.
Si la actual coalición se viera afectada por una nueva crisis (aunque
esto es difícil de predecir en este momento) que provocara nuevas
elecciones, se plantearía la cuestión de si un gobierno de izquierda
encabezado por Syriza podría ganar las elecciones. Las encuestas
reflejan un empate técnico entre Nueva Democracia y Syriza. El PASOK ha
quedado reducido a un mero siete por ciento, lo que significa que ND
está en peligro de perder su socio de coalición, aunque también Syriza
tendría que buscar un socio.
Syriza actúa como una especie de punto concéntrico: participando en las
actividades de la sociedad civil, en la autoorganización y en la
protesta, lo que combinado se traduce en perspectivas reales de entrar
en el poder. “Y, sin embargo, el margen para la adopción de medidas
dentro de las instituciones existentes es probable que sea muy pequeño.
Hay pocas posibilidades de que la Troika o los mercados financieros
internacionales aflojen el dogal. Todo lo contrario. Syriza sabe muy
bien que es imposible tomar el poder sin cambiar el mundo” (Luxemburgo,
2013). Un posible gobierno de izquierda se acuña entre el
constitucionalismo europeo autoritario y una máquina burocrática
impulsada por el Pasok y el clientelismo de Nueva Democracia, y debe
contar con las medidas del capitalismo de hundir al país aún más en su
crisis económica. No va a ser suficiente para rechazar y renegociar el
memorando, la introducción de controles al capital y de un programa
integral de desarrollo por parte del gobierno. Si no hay un reto
fundamental al status quo, si no se crean nuevas instituciones a
continuación, ni siquiera Syriza tendrá posibilidades de formar
gobierno.
El gobierno tendría que negarse a gobernar sobre una base tradicional.
Para ello, debería desarrollar un programa social y económico de
emergencia y de aplicación inmediata de una política diferente,
combinado todo ello con una reorganización colectiva de la sociedad. Las
redes de ayuda y los procesos de organización basados en la solidaridad
que han creado las redes de la sociedad civil son muy necesarios para
llevar a cabo este programa (Wainwright, 2012). Sin embargo no sabemos
si sería suficiente para apoyar a un gobierno de izquierda durante una
transición en medio de una crisis espantosa. También sería necesario
contar con una fuente de solidaridad internacional y que se llevaran a
cabo procesos similares en otros países.
Todo el mundo está luchando en su propio rincón
Europa ha comenzado a luchar de nuevo, pero es difícil coordinar las
batallas independientes que se libran en toda la región. Teniendo en
cuenta que cada una de ellas se desarrolla en condiciones muy diferentes
y está determinada por numerosas causas simultáneamente, la falta de
coordinación resulta evidente. No obstante, si bien resulta imposible
adoptar un patrón único para todas, sí tendría sentido buscar los puntos
comunes de partida y de concentración.
Numerosos partidos de izquierda de Europa han expresado su solidaridad
con Grecia. El Partido de la izquierda de Alemania, por ejemplo, ha
hecho un gran esfuerzo en este sentido y ha elaborado una declaración
conjunta con Syriza. Sin embargo, actualmente no hay signo de adopción
de una posición común de la izquierda. Los partidos de izquierda del sur
de Europa están discutiendo una perspectiva y una posición estratégica
común. Tal como están las cosas, la comunicación con sus homólogos del
norte necesitaría un mayor desarrollo.
En cuanto a la situación relativa a la solidaridad entre los sindicatos
de Europa, resulta especialmente dramática. La Confederación Europea de
Sindicatos no está preparada para actuar como coordinador, porque la
diferencia de intereses de los distintos miembros que la componen son
demasiado fuertes y las condiciones de cada país son muy diferentes
(Wahl, 2012). El 14 de noviembre del año pasado, la confederación dio un
paso histórico que nunca se había visto antes: una serie de países
europeos celebraron huelgas generales y participaron en manifestaciones
comunes de solidaridad. Pero particularmente los sindicatos alemanes
como IG Metall se debaten entre su oposición a las políticas de
austeridad neoliberales y las ventajas de que disfrutan al formar parte
de la gestión de la crisis del país, a expensas de los asalariados de
otros países. Los sindicatos alemanes apenas participaron en la huelga
general y en las manifestaciones asociadas a la misma (Bierbaum, 2013).
Una parte de los sindicatos (como la división de política económica de
la Junta Ejecutiva Nacional, manifestaron desde el principio sus
críticas a la Unión Europea y declararon su solidaridad con Grecia. Pero
no comenzaron su agitación pública hasta muy tarde, cuando un grupo
publicó un manifiesto oficial titulado “¡Fundemos la Unión Europea de
nuevo¡” y la Confederación de Sindicatos Alemanes (DGB) publicó su Plan
Marshal para Europa. Ninguna de estas declaraciones ha tenido muchos
efectos prácticos.
Pero los movimientos de la órbita 15-M y Occupy están luchando para
coordinar sus protestas en toda Europa. Su lucha está en su mayor parte
limitada al ámbito nacional, y aunque está comenzando a adquirir un
carácter transfronterizo, el proceso es lento y esporádico. En la
mayoría de los casos los grupos carecen de la fuerza necesaria. Las
curvas del aprendizaje que conducen a una forma práctica de solidaridad
son difíciles de alcanzar, aunque no carecen de grandes posibilidades de
éxito, como se demostró en los días de acción coordinada de mayo de 2012
en conmemoración del aniversario de la ocupación de la Puerta del Sol de
Madrid y Blockupy Frankfurt. También constituyen la cooperación
“nuevos-viejos” (movimientos sociales, partidos de izquierda y
sindicatos). Se están llevando a cabo innumerables reuniones –unas
pequeñas y otras más numerosas–, desde Florencia 10+10 y la Cumbre Alter
en Atenas, hasta las numerosas reuniones de Ágora, días de acciones
conjuntas, conferencias y talleres para discutir contradicciones y
problemas, así como para el intercambio de estrategias y formas de
abordar y plantear las cuestiones específicas.
¿Cuáles podrían ser los puntos comunes para crear una forma de
organización transnacional?
La inauguración del nuevo edificio del BCE
en Frankfurt en 2014 y la correspondiente ronda de protestas de Blockupy,
podrían asumir un papel simbólico importante para el inicio de la
movilización a nivel internacional. El proceso de organización es aún
más importante que las propias protestas, ya que podría crear un espacio
transnacional permanente para la discusión de las estrategias y
movilizaciones conjuntas.
Las auditorías de la deuda nacional y europea y los procesos
constitucionales desde abajo hacia arriba (Candeisas, 2013) están
todavía en el orden del día del movimiento, ya que han fracasado hasta
ahora a pesar de los esfuerzos realizados para crear el impulso
necesario. Por importantes que sean estos temas, la mayoría de los
activistas están más apasionados por hacer frente a las batallas
cotidianas a las que se enfrentan, como el desempleo, la sanidad, la
educación, la vivienda y la propia alimentación. La lucha contra los
desalojos, y la restructuración neoliberal, juegan un papel crucial en
cada una de las movilizaciones que se están produciendo en Estambul,
Berlín, Detroit o Madrid.
En España las movilizaciones contra los
desalojos y las iniciativas como Kotti y demás (Luxemburg 2012 y ss.)
son signos esperanzadores de una nación que tiene una cultura de
protesta especialmente activa.
¿Cómo pueden estas batallas locales
unirse en una red transnacional?
Un día de acción conjunta como
comienzo. Una Iniciativa Ciudadana Europea (ICE) contra los desalojos
sería probablemente una buena manera de incrementar el activismo en el
período previo a las elecciones europeas. La primera ICE –contra la
privatización del suministro del agua– fue un éxito y ha obligado a la
Comisión a abordar las demandas presentadas. Todo a condición de que
este tipo de iniciativas no se confundan con el movimiento en sí, sino
que coexistan junto al mismo, en una relación orgánica que puede
desempañar un papel importante en la generación de un impulso a la
movilización. Los sindicatos de la Confederación de Sindicatos Alemanes
están trabajando actualmente con organizaciones hermanas de toda Europa
para poner en marcha una iniciativa ciudadana para que se lleve a cabo
un Plan Marshall para Europa (Luxemburgo 2013). Una diferencia crucial
entre una ICE y una estrategia como la PHA en España para evitar los
desahucios, es que una iniciativa ciudadana tiene como objetivo luchar
por una sola reivindicación concreta. La PAH, por ejemplo, está
organizada para frenar los desalojos, como parte de los esfuerzos para
reestructurar ampliamente la izquierda y lograr un cambio de mayor
alcance para el conjunto de la sociedad (la transformación en sentido
real amplio). Aunque todo éxito en la lucha por cambios concretos es
importante en sí mismo, no se puede alcanzar el objetivo general si no
se fortalece también la capacidad de la mayoría ciudadana para aumentar
el poder de la organización del movimiento de modo que luego pueda fijar
su vista en la sede del poder transnacional europeo. Un tema concreto en
el que concentrarse, sería el proceso constituyente transnacional
negociado diagonalmente y desde abajo hacia arriba. Pero antes debe
darse un proceso desconstituyente, una ruptura real con el status quo a
nivel europeo. Es poco probable que se pueda hacer también en el plano
transnacional de inmediato.
Para ser claros, la organización transnacional es muy necesaria. Pero es
posible que su creación sólo pueda dar comienzo cuando se produzca el
rompimiento del status quo en algún país. Lo que puede ocurrir en Grecia
si llega al poder un gobierno de izquierda que rechace de plano las
políticas de austeridad de la troika, exija nuevas negociaciones para
aliviar la asfixia de la deuda e introduzca el control de capitales,
etc. Los políticos tienen que afrontar el riesgo de incumplir las
directrices de la UE. Seguirían otros gobiernos y el siguiente paso
sería ampliar los cambios ya comenzados en uno o más países en Europa.
Tal como están las cosas, sin embargo, sólo Grecia parece presentar la
opción real de que esto ocurra, aunque el actual gobierno está haciendo
todo lo posible para evitar esta probabilidad. Dado que los gobiernos de
Grecia, Portugal, España e Italia podrían caer también, empieza a
parecer realista una posible alianza de la izquierda del sur de Europa.
Tal alianza afectaría no solamente a los movimientos y partidos de
izquierda, sino que también abriría una posibilidad para que la
socialdemocracia saliera de la vergonzosa y calamitosa situación en que
ha caído. Si se combina con una amplia movilización y organización en
Europa, este enfoque nacional-transnacional para cambiar la actual
correlación de fuerzas y cuestionar las instituciones existentes puede
abrir unos horizontes totalmente nuevos. Se puede hacer caer la sede del
poder institucionalizado. Si la organización transnacional molecular
pasa del ámbito local al europeo, habrá empezado al menos a preparar el
terreno para que esto suceda. Esta ruptura del status quo tendría que
dar paso a un proceso constituyente de abajo hacia arriba, mediante el
uso de modelos políticos como el consejo (que se adapta a los nuevos
movimientos por la democracia real) para el debate y la organización
horizontal y diagonal en los barrios, regiones y países de Europa.
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*Mario
Candeias es licenciado en ciencias políticas e investigador del
Instituto de Análiss Social de la Fundación Rosa Luxemburgo de Berlín.
Fuente: http://www.socialistproject.ca/bullet/922.php