MÁXIMO
Texto e ilustración de O COLIS
para Zonaizquierda.org
A
mediados de los años 80, cenando en casa de Enrique Cavestany y Begoña
Sánchez Laiseca, en época de Felipe González, ante las dudas que yo
planteaba, Máximo hizo una defensa emocionada y emocionante de la
democracia como sistema. Yo nunca había oído, ni he vuelto a oír algo
tan
rotundo hasta ahora mismo, cuando gritamos que creemos firmemente que
cualquier sistema ha de pasar por el sentido de la responsabilidad de
cada
uno de nosotros y de la ciudadanía en general, unidos todos en proyectos
estructurales y, a la vez, cercanos y por orden de urgencia. Él tampoco
creía entonces en los partidos y en sus representantes, sino en la
democracia participativa, en el control ciudadano de las instituciones y
en
la Acracia como horizonte horizontal, esa línea *aleph *inalcanzable que
hace que nos movamos constantemente entre lo material y tangible.
Como artista ocupó siempre el rincón del sarcasmo poético y paradójico,
y
su bello humor nunca fue contrario a lo serio, sino a lo aburrido. Para
muchos de nosotros fue un referente fundamental (él pintaba, y también
escribía e ilustraba), para mí fue también un maestro y un amigo.
Coincidí con él en El País y colaboramos en varias ocasiones. Ilustró
uno
de los números de Sueltos de Poesía (con poemas de Eduardo Bernabéu), de
cuya edición cuidábamos el poeta malagueño Paco Cumpián y yo mismo; en
esa
misma época realizamos juntos una serigrafía (el trazó el dibujo y yo el
color) que estampé en mi querido taller de la calle Monteleón, y
participamos en alguna publicación o exposición colectiva (en la última
en
la que expusimos juntos, en Buenos Aires, conocimos a Miguel Repiso,
REP,
un artista de las mismas características sutiles y poéticas que Máximo).
La
última vez que lo vi fue en una de esas reuniones, de los segundos
martes
de cada mes, que los ilustradores y humoristas hacemos en el restaurante
El
Asador Donostiarra, en Madrid. Al terminar la sobremesa le acompañé a su
casa y fuimos hablando todo el camino sobre el humor y el compromiso
artístico, y sobre la utilidad del humor y de ese compromiso para el
colectivo ciudadano.
Durante muchos años funcionó para PRISA y el diario El País como un
señuelo, hasta que Juan Luis Cebrián consideró que estaba amortizado y
ya
no servía para el proyecto futuro del sonrojante diario ondeante y lo
echó
sin contemplaciones ni más explicaciones (esa misma suerte corrieron
Enrius
y Moncho Alpuente, entre otros muchos).
Cuando, a finales de los años 80, un cabo furriel del *staff *de PRISA,
Alberto Anaut, decidió desbaratar la sección de humor del Suplemento
Dominical de El País (supongo que por orden de la superioridad
ondeante),
en la que yo colaboraba (y que dirigía Moncho Alpuente), Máximo
trató de consolarme advirtiendo que yo tenía que haberme ido de aquél
lugar hacía tiempo porque, dijo, él mismo había ido viendo día a día
como sus sueños artísticos, incluso los más complejos, se diluían sin
arreglo en pequeñas cosas que olvidaba enseguida, ya que en la prensa lo
hecho cada día se muere irremediablemente y no sirve para el día
siguiente,
ni para nunca más.
Vete ahora que eres joven y estás a tiempo, si peleas por
quedarte lo más a lo que llegarás será a ser Máximo...
Evidentemente no he llegado a eso, ni de lejos, de lejos veo titilar la
línea del horizonte que miraba él, que es el lugar en el que está ahora,
y
eso hará que me mueva sin cesar hacia allí, hacia esa línea horizontal a
la
que no llegaré nunca.
El cielo, el purgatorio y el infierno, la vida de los muertos, como
afirmaba más o menos Cicerón, está en el pensamiento de los vivos que
los
recuerdan.