Liberándonos.
En defensa de las revoluciones sin lideres.
Por PETER Gelderloos*
Traducción: Enrique Prudencio para Zona Izquierda
Cihan Tugal (“El fin de la revolución sin liderazgo” del 10 de julio de
2013**), efectivamente separa las proclamas populistas y prematuras
sobre una revolución triunfante en Egipto. Sin embargo, va más allá de
utilizar los fallos evidentes de las revoluciones sin líderes que han
sido un sello distintivo de los primeros lustros del siglo XXI, para
desacreditar la propia idea de la revolución sin líderes. Al hacerlo,
abre el camino para un retroceso amnésico a las revoluciones
autoritarias mucho más deficientes de principios del siglo XX, en el
proceso de cometer algunos de los mismos errores que deben ser
criticados en las revueltas en curso.
Con el fin de darle una continuidad a la crítica que se beneficia de la
conciencia de todos nuestros pasados fracasos –una rica historia, por
cierto–, es necesario comparar los fracasos de las revoluciones sin
líderes con los mucho mayores fracasos de las revoluciones autoritarias
del pasado, en lugar de pasar por alto aquellos fallos con el fácil
neologismo de revoluciones leaderful.
Ajamu Baraca, en “Requiem por una revolución que nunca fue tal” (18 de
julio de 2013), tiene razón al poner en duda las pretensiones de
considerar la revuelta egipcia como una revolución. Él pone
necesariamente el listón más alto, al indicar: “Un proceso
revolucionario es un proceso mediante el cual las estructuras de poder
son creadas por una gran masa de personas, que permiten transformar
con el tiempo todos los aspectos de su sociedad, tanto de la estructura
como de la función del Estado al igual que la organización de la
economía y las relaciones interpersonales, todo ello con miras a
eliminar todas las formas de opresión”.
Yo difiero profundamente de la idea de que con solo el cambio de la
estructura y la función del Estado se pueda conseguir la eliminación de
la opresión, ya que en la historia cada Estado ha avanzado en la
dirección de los intereses exclusivos de la clase dominante, que crea
indefectiblemente, bloqueando por tanto la plena libertad de acción y
autoorganización de sus súbditos. Realmente, nadie ha avanzado un
argumento convincente sobre cómo un Estado podría hacer otra cosa, y los
proponentes de tales apologías con mayor frecuencia han sido los que han
refutado activamente la propuesta de un Estado benigno.
Sin embargo, podemos tomar esto como punto de partida: una revolución
busca transformar profundamente la organización social y eliminar la
opresión. Si reconocemos que los populistas cantaron prematuramente una
victoria revolucionaria en Egipto, también debemos señalar que Tugal
está certificando prematuramente un fracaso.
¿Qué revolución que haya terminado triunfando no fue precedida por
insurrecciones que fueron aplastadas? En Rusia fracasó la revolución de
1905. En China no triunfó el Levantamiento de la Cosecha de Otoño y en
España tampoco triunfaron las revoluciones de Casas Viejas de 1933 y la
de Asturias de 1934. La revolución cubana fue precedida por el ataque al
cuartel Moncada. Y la revolución norteamericana debe mucho más a la
conspiración frustrada de 1741 en Nueva York de lo que la mayoría de los
historiadores están dispuestos a reconocer (ya que los eventuales
líderes de la revolución buscaban evitar, en lugar de asumir, los sueños
de los primeros insurgentes).
Las revoluciones no son como un evento al que asistimos y después nos
vamos tranquilamente a casa, sino que son un proceso bastante más largo
y muy complicado, y una parte importante de ese proceso consiste en
aprender de nuestros fracasos, para desarrollar teorías y análisis más
acertados y hacer el refuerzo, dotados de la capacidad necesaria, para
defender los espacios conquistados y las relaciones sociales germinales
que se van creando.
En Egipto, las fuerzas que obstruían el proceso de aprendizaje eran
aspirantes a líderes de la revuelta, populistas con la esperanza de
movilizar a las masas con consignas vacías. Estos dirigentes fueron
involuntariamente complementados con activistas de la democracia directa
que pensaban que era suficiente para que la gente saliera a la calle a
participar en las asambleas. Ellos estaban felices de haber creado un
navío, no importaba cuán superficial fuese el contenido con que lo
llenaron, ni importaba lo poco desarrollada que estaba la capacidad de
su nueva estructura para la autodefensa.
En el movimiento de ocupación de la Plaza de la Puerta del Sol en
España, bajo la influencia directa de la primavera árabe, cientos de
miles de personas salieron a las calles cantando “la revolución empieza
aquí”. La mayoría de ellos eran sinceros, pero también mantenían una
visión transmitida por los medios de comunicación corruptos, que no se
correspondía con lo que significa realmente una revolución. La
experiencia con su revolución sin liderazgo forzó a muchos de ellos a
cuestionarse su concepción de un alzamiento popular y a profundizar en
su análisis.
Detrás de la fachada de la unida popular que muchos medios ayudaron a
crear, estos movimientos contienen conflictos importantes. En España
como en otros sitios, estaban los autoritarios y los políticos del
movimiento que repitieron horizontalmente la retórica antipartido para
no asustar a su potencial electorado. Y allí estaban los activistas que
creen en una ideología de la horizontalidad y la democracia directa para
sí mismos. Ambos bandos coincidieron en su deseo de ocultar y suprimir
las divisiones internas en el movimiento. Hablaron de la unidad y la
esperanza de que todo el mundo se fuera uniendo a posiciones en torno al
mínimo común denominador. Pero también estaban los marginales, que no se
conformaban con cualquier movimiento que se saciara con meras reformas.
Muchos de ellos seguían llegando de nuevo a las calles atraídos por lo
que encontraron allí, una colectividad espontánea, autoorganizada, que
prometía un futuro basado en la comunidad, y en todo lo que le falta en
el capitalismo. Y entre los marginados estaban los radicales, que
criticaban específicamente y sin cesar la falsa unidad, el populismo
democrático y que en el mejor de los casos exponían un análisis
superficial y manido del capitalismo construido con media docena de
lugares comunes.
Los políticos del movimiento hicieron todo lo posible por ignorar a
estos “radicales”. Los medios de comunicación sugirieron que eran
provocadores que estaban fuera del movimiento, a pesar de que estuvieron
allí desde el principio. Pero un número creciente de personas comenzó a
escucharlos y colectivamente el movimiento en su conjunto profundizó su
análisis y afinaron su práctica. Por ello los “indignados” populistas,
gran parte de la clase media de la primavera de 2011, fueron dando paso
al anticapitalismo. Diverso y numéricamente superior fue el conjunto de
huelguistas y alborotadores que preparaban la huelga general de un año
más tarde.
En Egipto, también los anarquistas y otros radicales estaban en el
corazón de la reciente rebelión, en oposición al gobierno de Morsi, así
como los militares, y difundían las críticas a las estructuras de poder
subyacentes. Por el momento, los militares han prevalecido, pero esto le
proporciona a la gente en Egipto la oportunidad de aprender lecciones y
fortalecer su práctica. Una población que ha sido sometida por la
dictadura militar durante décadas tiene pocas posibilidades de
desarrollar el análisis y las herramientas de defensa personal y
colectiva que necesita para superar a uno de los ejércitos más
fuertemente financiados del mundo en tan solo dos años, pero en tan poco
tiempo han recorrido un largo camino y ahora cuentan con una rica
experiencia de la que aprender para el próximo levantamiento.
La revolución sin líderes debe superar siglos de condicionamiento en los
que nos han enseñado que los pueblos necesitan que les gobiernen. Este
es el conflicto central. Los reveses en Egipto y en otros lugares
deberían subrayar este conflicto, no justificar que salgamos huyendo de
la lucha más importante en la que hemos participado.
Lo que queda claro con la experiencia es que no es suficiente con salir
a las calles y protestar, que no importa cuantas figuras decorativas
derroquemos, porque el poder tiene raíces mucho más profundas que eso.
No es suficiente para poner en práctica el debate democrático, ya que
las respuestas correctas se han excluido por la misma forma en que
nuestras vidas han si estructuradas.
Tugal está totalmente equivocado cuando escribe sobre “la falacia de que
las personas pueden tomar el poder sin una agenda, una plataforma, sin
un plan, sin una estrategia y una táctica y sin una plataforma
alternativa, una ideología y una dirección”. Que todavía alguien hable
de la toma del poder como una propuesta liberadora sin que las risas le
echen del escenario, delante de tantos ejemplos históricos que muestran
lo que realmente significa la toma del poder y muestra cómo condiciona
nuestra profunda amnesia colectiva.
Y no, no es una sorpresa, sin embargo, que algunas personas sigan
llamando a la convocatoria de unificación, detrás de líderes y de una
plataforma para tomar el poder. En una revolución autoritaria, los
académicos y otros medios intelectuales y culturales se mueven a menudo
de su peldaño de medio pelo en la jerarquía capitalista para subir al
nivel superior. Está en su interés de clase defender la revolución
autoritaria. El resto de nosotros solo tenemos que aprender cómo
desconectarlos.
La idea de que podemos hacer frente a la alienación económica del
capitalismo sin abordar la alienación política del Estado es absurda. No
es casualidad que todas las revoluciones autoritarias que se etiquetaron
como “anticapitalistas” resultaron no ser más que atajos de regreso al
capitalismo. La mayor promesa de revolución sin líderes es su capacidad
de crear una síntesis entre liberación económica y política, pero sólo
si también se rechaza el populismo democrático que Tugal y muchos otros
han criticado. Sin embargo, un análisis crítico tanto del capitalismo
como del populismo ya existe en el corazón de la revuelta egipcia, como
también en el movimiento de ocupación de la puerta del sol e incluso en
occupy.
No hay que rechazar estas revueltas sin líderes. Solo tenemos que cortar
a través del velo de la unidad, los discursos huecos, como lo del 99% o
“poder del pueblo”, reconocer los conflictos que existen dentro de estos
movimientos y tomar partido. No para avanzar en la plataforma correcta,
el programa correcto y el conjunto correcto de los líderes, que
inevitablemente, desencadena un carnaval de sectarios, sino en un
espíritu de debate pluralista.
Cediendo a la necesidad de líderes, una ideología y una plataforma
común, se podría obstruir la línea más importante del crecimiento de
estas revoluciones: la auto organización. Un requisito previo para la
auto organización es que los resultados no pueden ser predeterminados.
Una vez que la mayoría de las personas sepan cómo tomar la iniciativa en
sus propias vidas y cómo poner sus planes en acción, una vez que la
práctica de la auto organización se intensifique al ir más allá de la
toma de decisiones abstractas, la gente será capaz de crear nuevas
relaciones sociales y de organizarse colectivamente en todos los
aspectos materiales de su vida – como alimentación, vestido, vivienda,
atención médica, y en general a mantenerse por sí mismos. Si esto
sucede, los líderes quedarán obsoletos y podremos empezar a hablar
seriamente sobre la revolución.
El peor problema con las revoluciones autoritarias no es que produzcan
“culto al líder”, el único problema que Tugal encuentra criticable, sino
que su existencia requiere que se obstruya la auto organización de la
gente por cualquier medio necesario, una dinámica que Volin ha
documentado en la revolución rusa y que ha demostrado ser el caso en
cada revolución autoritaria desde entonces.
Las revueltas de Egipto, Turquía, Brasil, España y oros países son un
primer paso importante. Pero en dondequiera que estén los movimientos
sin líderes en que participemos, necesitamos combatir el reformismo
realizando una crítica radical del capitalismo, a la vez que rechazamos
decididamente a los líderes. El rechazo del liderazgo provisional, solo
de los líderes actuales, conducirá a una toma de posesión de los
populistas, oportunistas o contra las estructuras aparentemente neutras
como el ejército, como sucedió en Egipto. Pero si el rechazo del
liderazgo se solidifica, Tamarod o cualesquiera otros grupos que no sean
capaces de unir a la gente detrás de una dirección que parece ser
neutral, o convencerlos de meter sus sueños en una urna.
Si estos movimientos revolucionarios crecen y si resisten con éxito la
cooptación, entrarán en mayor conflicto con el Estado. Las
insurrecciones sin líderes en los últimos años en Egipto, Brasil y
Grecia superaron rápidamente la capacidad de la policía para
contenerlos, levantando el fantasma de un enfrentamiento con el
ejército. ¿Cómo puede una revuelta sin líderes adaptarse a este
conflicto? Afortunadamente contamos con precedentes históricos.
La lección histórica más importante nos advierte contra la
militarización del conflicto. Muchos movimientos revolucionarios han
tenido que vencer la fuerza militar del Estado, pero terminaron
derrotándose a sí mismos cuando se subordinan las cuestiones sociales a
las cuestiones de organización militar. En combate, los grandes grupos
de personas a menudo tienen que llegar a decisiones unificadas en el
menor tiempo posible, lo que significa que las asambleas no funcionan.
Las formas de organización y liderazgo que se desarrollan en el ámbito
de los conflictos marciales no deben por lo tanto tener prioridad sobre
el carácter social de la revolución permanente.
En los últimos tiempos, los zapatistas han hecho grandes esfuerzos para
evitar la militarización del conflicto o subordinar sus actividades
sociales de la cúpula militar. Los resultados de sus esfuerzos están por
verse.
En la Guerra Civil Española, anarquistas y algunas milicias socialistas
se organizaron con oficiales elegidos y revocables. Estas milicias no
tenían autoridad en cuestiones socio-económicas. La revolución se perdió
cuando estaba subordinada a la cuestión militar (“ganar la guerra
primero, y luego hacer la revolución más tarde”) y las milicias se
vieron obligadas a unirse a los ejércitos regulares.
En la Revolución Rusa, el anarquista Makhno encabezó un destacamento
guerrillero altamente eficaz compuesto en su totalidad de voluntarios
campesinos que causó estragos en los autoritarios Ejércitos rojo y
Blanco. Por su parte Makhno se negó al liderazgo en las asambleas
revolucionarias que se establecieron en el territorio liberado. Se
mantuvo fiel a los asuntos militares, y dijo a los trabajadores y
campesinos en busca de orientación que se organizasen ellos mismos.
Kim Jwa-Jin era una figura similar en la guerra civil china. Líder del
ejército de la Comuna Shinmin, dejó todas las decisiones políticas de la
federación y las asambleas locales, donde un espíritu antiautoritario
estaba a la orden del día.
“La niñera” encabezó a los cimarrones en Jamaica en la lucha contra la
esclavitud. En sus guerras victoriosas contra los intentos españoles de
colonización, los mapuches de América del Sur eligieron tokis para
liderar en la batalla. Pero “La niñera” y los tokis no tenían poder
sobre los niveles de la comunidad o del hogar, más allá de su propia
familia y de su comunidad; se integraban en cualquier estructura de
poder que regía esos otros niveles sociales, al igual que los lideres
militares en el compartimento de una estructura estatal.
Para la mayoría de nosotros, la eventualidad de un conflicto militar es
todavía un largo camino por recorrer. Incluso en Egipto, donde la guerra
civil es una posibilidad, el movimiento todavía tiene mucho trabajo por
hacer para llegar a un punto en el que podría esperar sobrevivir a tal
conflicto. En última instancia, cruzaremos ese puente cuando lleguemos
allí. Pero es bueno saber que no vamos a ser los primeros en realizar el
sueño de una revolución igualitaria y un mundo sin jerarquías ni
opresión.
No tenemos necesidad de escuchar a los que llaman a retirada, a volver
al modelo irremediablemente viciado de la revolución autoritaria que
empañó el siglo XX. La revolución sin líderes es un experimento en
curso, un esfuerzo que nos desafía a abandonar nuestra carga de
autoritarismo, para convencer a aquellos que son nuevos en la lucha que
una simple reforma no es suficiente; para difundir la comprensión de
cómo funciona realmente el poder y ver la conexión entre todas las
formas de opresión.
La desconfianza generalizada en los líderes es una de las pocas cosas
que hemos obtenido de nuestra larga historia de fracasos
revolucionarios. No vamos a renunciar a eso porque nuestra lucha no sea
un éxito inmediato. Más bien, tenemos que convertir esas desconfianzas
en una posición de principios. Hace cien años, millones de personas
gritaron: “La liberación de los trabajadores es una tarea de los propios
trabajadores”. Lo cual es cierto para todos los que están explotados y
oprimidos, ya sea su opresión por línea de clase, raza, género,
sexualidad u origen étnico. Ellos saben mejor que nadie cómo liberarse.
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Peter Gelderloos tiene una notable bibliografía, siendo su último libro
The Failure of Nonviolence: from the Arab Spring to Occupy
** http://www.counterpunch.org/2013/07/10/the-end-of-the-leaderless-revolution/
Fuente:
http://www.counterpunch.org/2013/07/26/in-defense-of-leaderless-revolutions/