LA
PATRIA SOÑADA
Por Darío Ruiz Gómez*
Ilustración de O COLIS
para
Zonaizquierda.org
Hanna Arendt la gran pensadora dice en un poema “Afortunado quien no
tiene patria: podrá soñarla”. Y la visión de millones de desplazados de
Siria, de Afganistán, nos recuerda la manera cómo los grandes poderes
despedazan de manera abrupta la noción de patria. Me refiero no a la
retórica patriotera que condujo a lo peor –Hitler habló de la patria y
lo mismo hizo Stalin– sino a esa noción íntima de pertenencia a un lugar
donde desde la infancia nuestro espíritu necesitado de certezas fue
creando un territorio bautizado por los primeros afectos y las primeras
desdichas, por un confín que nos llamó al regreso a la heredad. Una
dirección necesaria en medio de la vasta geografía del mundo. Sin
embargo el desplazamiento ha marcado desde el siglo XIX la suerte de
poblaciones enteras masacradas para grandes reacomodos poblacionales,
desplazadas por la miseria. Cuando a mediados de 1970 comencé mis
investigaciones sobre la cultura en Antioquia me encontré con algo
escandaloso: la geografía antioqueña había desaparecido de los
imaginarios de las gentes y su historia real se había convertido en
tópico folclórico. En esto tenía que ver el centralismo de Medellín que
destruyó la relación con la fértil y necesaria vida de las provincias
que históricamente habían jugado un papel clave en la formación de
nuestro territorio, aquel que Manuel Uribe Ángel había afirmado en su
magna “Geografía de Antioquia” , caminos reales, vías, el ferrocarril,
lo que condujo a un aislamiento total por ausencia de políticas
económicas a nivel regional, por una pobreza que se convirtió en
miseria, en analfabetismo ofensivo hasta hoy. Hubo intentos de corregir
estos errores pero un factor como el de la violencia guerrillera y
posteriormente paramilitar se encargó de desalojar los campos, las
veredas pero a la vez descubrió los rostros de otra Antioquia, la
mestiza, la Antioquia profunda.
La ausencia total de verdaderas políticas de planificación de los
territorios ha sido ostensible para el desarrollo de Urabá y para un
cambio justo y necesario en la calidad de vida de sus habitantes tal
como corresponde a su productividad y su potencial económico, su derecho
a la autonomía, y tal como lo exige una región demarcada por formas
propias de cultura. Oriente comienza a ser invadido por un tipo de
urbanización dispersa que va destruyendo sus valores ambientales,
paisajísticos, sus centros históricos, sin que al respecto exista una
verdadera planificación, la racionalidad que exige el reconocimiento de
una necesaria área metropolitana para no quedar convertida en pueblos
dormitorios, en lugares de parranda para un turismo depredador. Esta
planificación del territorio es la que puede salvar de la pobreza y la
miseria –piénsese en la alucinante miseria de Andes– a una población y a
un paisaje como el del café. Pero ¿A quién pertenece hoy el territorio
de la coca en Anorí, Valdivia, Ituango? ¿Por qué en medio de las
inmensas ganancias del oro Segovia, Remedios continúan sumidas en la
miseria? ¿Cómo está presente el Nordeste frío, cercado por las minas
guerrilleras? La lucha de la periferia contra el centro nos indica la
falta de equidad en la distribución de la riqueza, el desconocimiento de
los rostros de la diversidad. Después de estos reacomodos de población,
de estas heroicas gestas ¿existe todavía Antioquia? El gobierno de
Sergio Fajardo ha sido de un despectivo desdén hacia estas diversidades,
estas nuevas realidades sociales, sin entender que no se puede gobernar
sin quienes representan la voz de una Antioquia real, rompiendo de este
modo con un centralismo hegemónico ya que sin el reconocimiento de las
nuevas regiones la lacra de la injusticia y la violencia se prolongarán
indefinidamente. Y lo que necesitamos es que nos devuelvan la patria
soñada.
__________________
*Darío Ruiz Gómez, es escritor, ensayista,
periodista, teórico del arte y el urbanismo, crítico literario y poeta
colombiano. Se ha desempeñado además como profesor universitario y
columnista. Su obra enlaza profundamente con la memoria colectiva de las
últimas décadas de su país, particularmente dramáticas.