Entrevista a Santander*... "un hombre moderno"

 

Por Liliana Pineda

Ilustración de O COLIS para Zonaizquierda.org

 

Llegué a su casa sin dificultad. Un edificio clásico, rodeado de árboles centenarios, situado en una explanada privilegiada en el corazón de la capital. Santander me recibió amablemente en su salón de estudio e hizo salir al joven secretario. Después del saludo me ofreció asiento en un estrecho sillón al frente de una enorme chimenea, se acomodó en el sofá, cruzó las piernas y encendió algo parecido a un Piel Roja, pero claro, no podía ser... esos cigarros se empezarían a fabricar casi un siglo más tarde...

 

De rostro agradable, nariz aguileña, cabello ondulado, negro, largo,  mirada penetrante, inteligente… a buen seguro incubaba rencores tenaces con destinatario incluido, pero no eran notorios; por el contrario sus manos y su expresión corporal denotaban seguridad, paciencia, quizás, también, algo de tristeza. No había que explicarle nada pues ya habíamos mantenido un encuentro previo en su despacho del Palacio del Congreso anticipándole el objetivo de mi entrevista.  Hablamos primero del clima, la inmensidad del mar y de los Andes...  y las jornadas interminables de quienes se dedican a la política partidista. ¿Peor en Colombia o en España? Risas. Quería dar la impresión de ser un tío tranquilo aunque evidentemente no lo era. Abrí mi cuaderno de notas pero tuvo que pasar un buen rato hasta que me sentí con fuerzas suficientes como para dispararle la primera pregunta:

 
¿Recuerda cómo se llamaba el país en el que tuvo lugar la batalla de Boyacá?
 

Nadie lo sabe. Ni siquiera Simón lo sabía entonces. En los campos de Boyacá, Simón fue únicamente un general de los llanos venezolanos. El futuro de la Nueva Granada, nuestro futuro, aún se escondía en las nebulosas. La lucha contra España, desde aquella gran batalla hasta la expulsión definitiva de las últimas tropas imperiales, constituyó tan solo un primer paso en la liberación de estas tierras. Todas aquellas victorias sirvieron para expulsar a los hombres del Rey y a sus secuaces, pero por sí solas no fijaban los nombres, los títulos, ni las banderas, ni mucho menos las instituciones de la república naciente. Fíjate que después de la restauración realista de 1816, todas la ciudades importantes del virreinato cayeron de nuevo bajo el poder de los españoles, y entre todas las provincias de la Nueva Granada, sólo Casanare logró permanecer independiente... pero estaba en los Llanos Orientales. Desde allí no se podía montar un gobierno en el exilio que pareciera medianamente serio, representativo... Por eso, bajo mi mando militar, la provincia de Casanare aceptó su sumisión al gobierno provisional establecido por Simón en Angostura, en la provincia de Guayana. Un gobierno que obedecía al proyecto de unir Nueva Granada y Venezuela en una sola república.


Pero Bolívar no aclaró el asunto... Cuando afirmó que la unión debía ser voluntaria y confirmada en una asamblea granadina, declaró también, al mismo tiempo, que el Congreso de Angostura era el representante de la soberanía de ambos países…


En ese momento podíamos dejar de lado esas pequeñas incongruencias. El Congreso de Angostura fue producto de la improvisación y la necesidad… Nuestra prioridad era continuar la guerra y garantizar una organización mínima. Simón se limitó a ordenar que no se hicieran cambios en el sistema administrativo y, antes de marchar al sur, nombró a Zea vicepresidente de Venezuela. A mí me dejó al mando de la Nueva Granada, también en calidad de vicepresidente, con Alejandro y Estanislao de ministros.


¿Se refiere a Osorio y a Vergara, veteranos de la llamada “Patria Boba”?


Sí. Ellos habían sobrevivido milagrosamente a la “pacificación” de Murillo. Hombres de mi absoluta confianza. Con Osorio tuvimos que utilizar todo tipo de influencias para salvarle la vida, y por Vergara pagamos un cuantioso soborno. Pero eso es otra historia… En fin, lo cierto es que entre todos nos debíamos encargar de administrar el territorio liberado mientras Simón coordinaba la guerra común. Cada provincia constituyó su propio gobierno civil supeditado al gobierno militar, en orden, claro está, de las necesidades de la guerra. La Audiencia de Santa Fe también fue sustituida por el Tribunal Supremo. Nosotros nos encargaríamos de resolver las apelaciones aunque la última palabra siempre la tuviera Simón. En realidad nos coordinábamos muy bien.


Pero a veces tomaban decisiones un poco contradictorias ¿no? Como cuando nombraron, Bolívar y usted mismo, cada uno por su cuenta, un gobernador distinto para Cartagena…


Bueno… esos barullos se produjeron pocas veces. Ten en cuenta que entonces no siempre estábamos en el mismo lugar y las comunicaciones no eran tan fáciles como son ahora que se pulsa un botón y a los pocos segundos explota un bomba al otro lado del planeta… Cuando ocurrió eso que comentas las funciones de cada uno de nosotros aún no estaban bien definidas. Además, no nos había dado tiempo a tenerlo todo tan organizado. Por otra parte no siempre resolvíamos de la misma manera los problemas. A mí siempre me tocaba limar las asperezas y por eso continuamente le pedía a Simón que tuviera mucho tacto a la hora de plantear sus exigencias, tanto si eran de suministros bélicos como si de reclutas granadinos se trataba. Él siempre se estaba quejando de que yo le ponía el freno, pero en privado agradecía mis “impertinencias”.


¿De aquel período proviene su amistad con Soto?


No, a Soto lo conocí mucho antes… pero es verdad que aquello nos acercó muchísimo. En los tiempos difíciles las amistades se destruyen o agrietan, o se profundizan y ensanchan… Él fue fundamental en la gobernación de Pamplona, y también fue quien me presentó a Vicente Azuero, que ejerció de juez en Bogotá. Un hombre extraordinario, al que acudí en muchas ocasiones para aclarar conceptos jurídicos.


Alguna vez se le reprochó que hubiera traído a tanta gente de fuera, de las provincias orientales...


Naturalmente me rodeé de los más expertos. Además, en las provincias orientales se disfrutaba de una organización social menos retrógrada que en el resto de la Nueva Granada. Aunque, sinceramente, no creo que los reproches se originaran en aquel tiempo… nadie gastaba energías en establecer diferencias de tipo regional o partidista. Todos estábamos unidos y concentrados en nuestra causa común.


¿No fue entonces cuando ordenó el fusilamiento de los oficiales apresados en Boyacá? Leí que aquello había sido una matanza, a sangre fría, y que los cargos de conspiración no habían sido probados…


Es curioso, quienes montaron esa pendencia fueron los mismos que meses antes apoyaron la “guerra a muerte” declarada por Simón. Lo cierto es que fue una decisión terrible… pero ejemplarizante y útil. Evitó que se montaran conspiraciones más graves por parte de los realistas, y templó el coraje de los nuestros en un momento en que el miedo se adueñaba de muchos patriotas, paralizados ante la amenaza de una represalia española.


Aún así no pudieron evitar que se montaran revueltas como la de Angostura, ese mismo año de 1819…


Aquello en realidad no fue más que un incidente, debido fundamentalmente a la incapacidad de Zea. En cuanto Simón bajó de su caballo la “insurrección” se disolvió como un azucarillo. Muchos dijeron que había sido gracias a su magnetismo, a su buen hacer personal, a su extraordinaria capacidad de seducción, ja ja. Lo cierto es que la noticia de la victoria en Boyacá, que llegó allí casi al mismo tiempo que Bolívar, apaciguó los ánimos, y la ambición de compartir los tesoros abandonados por el virrey en su alocada carrera hacia el exilio hizo el resto… aquietó la revuelta. Como broche o laurel, o premio a nuestro triunfo, el Congreso de Venezuela promulgó por ley la Republica de Colombia: Venezuela, Nueva Granada (o Cundinamarca, como debería llamarse a partir de ese momento), y también Quito, que aún no estaba liberada de los españoles.


Sin embargo, salvo nombrar a Bolívar como presidente y a Zea y a usted como vicepresidentes de cada uno de los estados, en aquel congreso no se organizó más nada.


Allí se dibujaron las líneas principales del gobierno provisional y se convocó la asamblea en Cúcuta, para redactar la constitución. La unión surgida de aquel congreso inspiró, además, el frente militar común contra España, y duró mucho más de lo que nos imaginábamos entonces… hasta 1826. Sí, yo sí creo que sirvió para mucho.


Ya, pero las leyes que se promulgaron fueron papel mojado. Usted mismo actuó como si lo dispuesto en Angostura no fuese de obligatorio cumplimiento en la Nueva Granada.


No fue exactamente así. En aquellos momentos todo debía hacerse con la máxima prudencia. Yo comulgaba con la idea de la unión, pero antes de acatar las leyes emanadas del congreso consideré sensato reunir a una junta de notables y buscar su aprobación. Todo ello, por supuesto, lo hice con la aquiescencia de Simón; en eso estuvimos de acuerdo. Él mismo me sugirió no aplicar en mi territorio algunas de las leyes menores promulgadas en Angostura. Comprendía la situación. También pasaba de aquellas que se demostraban, en la práctica, contrarias a la causa común.


¿Como aquella que disolvió el Tribunal Bogotano y estableció la Alta Corte de apelaciones en Venezuela?


Aquello fue un error político… y Simón lo reconoció así. El Tribunal Bogotano se reinstauró. La incidencia nos sirvió para señalar las carencias del régimen provisional.


Asimismo tuvieron tensiones con los Venezolanos a la hora de elegir diputados para el Congreso de Cúcuta…


Ese tipo de conflictos se da en todos los procesos constituyentes… Y por mucho que se incida en ellos lo cierto es que las elecciones para el Congreso de Cúcuta fueron especialmente pacíficas, seguramente las más tranquilas y democráticas de nuestra historia. No solo pudieron votar los hacendados, los profesionales, los científicos y los mecánicos, sino también los soldados, aunque fueran extranjeros o analfabetos, la mayoría muy jóvenes debido a la mortalidad agravada por la guerra; incluso los granadinos realistas pudieron votar... Todo lo cual incrementó notablemente el número de electores. Un avance enorme en tiempos difíciles. No me dirás que no.


No le diré que no… ¿Pero qué pasó con la “unión” en el Congreso de Cúcuta, en el que se impusieron las tesis de Bolívar?


Nada. Ya habían pasaron varios meses… El único que se opuso a su validación fue Baños, granadino de los nuestros… fanático religioso, empeñado en que instaurásemos un principado teocrático en la Nueva Granada. Para él la unión con Venezuela no podía ser más que temporal y de carácter exclusivamente militar.


¿Y nadie se opuso a que incluyeran a Ecuador en la Nueva República sin consultar siquiera con los de Guayaquil, lo únicos de la Presidencia de Quito que habían logrado independizarse de España?


Recuerdo que el Doctor Félix Restrepo mencionó algo al respecto… Pero el debate de fondo no fue ese. Lo que realmente nos preocupaba a todos, y no sólo en Cúcuta sino en toda América, de sur a norte, no era definir cuales territorios se unificaban, sino el tipo de unión: ¿instauraríamos un régimen centralizado, con poder ejecutivo y poder legislativo, único y común, o un régimen federal, reconociendo la soberanía de cada estado? Ya entonces era difícil convocar a un grupo de voluntarios capaces y que quisiesen constituir e integrar las instituciones comunes, no te digo lo arduo que se nos hizo pensar en reproducirlas en igual número de voluntarios y además capaces, para cada uno de los estados unificados… Ninguno de nosotros era ajeno al conflicto entre centralismo y federalismo. Nadie eludía hablar de las calamidades de la “Patria Boba”, el desmadre institucional que supuso, los conflictos entre regiones, las guerras internas, la división, la desintegración, la anarquía… Por el contrario, un gobierno central fuerte tenía muchas ventajas prácticas, militares y políticas, frente a nuestros enemigos realistas y españoles, pero sobre todo cara a la Europa que nos miraba con interés creciente, principalmente Francia.


Pero usted era federalista. O al menos había defendido con vehemencia ese sistema durante los días de la “patria Boba”.


Yo siempre he sido liberal republicano, como casi todos mis compatriotas más jóvenes… y desde un punto de vista meramente doctrinario el federalismo siempre nos fue más cercano a los republicanos. La toma descentralizada de decisiones por parte de los estados federados sirve de parapeto contra la dictadura y el absolutismo, eso está comprobado. De hecho en Estados Unidos el sistema federal estaba siendo un éxito. Un gobierno liberal no implica solo constitucionalismo e institucionalidad sino también la erradicación de los privilegios de la iglesia y una apuesta a fondo por la ilustración, como se entiende en Francia, laissez faire, laissez passer, ese es nuestro lema en cuestiones económicas. Pero lo cierto es que quienes defendieron el federalismo en Cúcuta (granadinos en mayor número), no pensaban en términos liberales, eso también hay que reconocerlo... En realidad temían que las deudas contraídas para financiar la guerra fueran descargadas principalmente sobre Cundinamarca (la región granadina más rica de entonces) y que al final, por unas o por otras, Venezuela terminara colonizando la Nueva Granada. Además, desconfiaban de los ejércitos venezolanos comandados por Simón. En aquel momento yo ya estaba gobernando la Nueva Granada, siguiendo sus orientaciones, y habría sido incoherente por mi parte no apoyar sus tesis, que en la práctica también eran las mías.

 

Continuará...

 

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* Francisco José de Paula Santander y Omaña conocido como El Hombre de las leyes fue Vicepresidente de la Gran Colombia en el período de 1819 a 1827 y Presidente de la República de la Nueva Granada entre 1832 y 1837.

 

  

 

 

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