Jesús
de Nazaret no nació en Belén
Texto e
Ilustración de O COLIS
Jesús de Nazaret no nació ni en Belén ni en Nazaret, ni murió en
Jerusalén, ni en ninguna otra parte. Existió, y existe todavía y para
siempre como existió Guillermo Tell, inventado fundador de la
confederación Suiza, aunque por razones de diferente matiz sectario y
nacionalista e incomparables repercusiones. Dos mil quince años después
del inventado nacimiento de Jesús contamos los años según esa fecha que
decidió Dionisio el Exiguo por encargo del papa Juan I, quien seguía esa
eficacísima tendencia de la Iglesia Cristiana de suplantar las
festividades “paganas” para fijar las suyas propias como nuevo referente
para todo el mundo. Procedimiento en el que abundaron mucho y por el
que, pasado el tiempo, nadie recuerda nada pero cree saber lo que no
sabe.
Dionisio el Exiguo elaboró una cronología que fijaba el día 1 del año 1
de la Era Cristiana el 1 de enero de 754 ab urbe condita, es decir,
desde la fundación de Roma. El “paganismo mitraico” celebraba el 25 de
diciembre como el Natalis Invicti, pues después del solsticio el sol se
engrandecía en fuerza y claridad -y el símbolo del astro natural era
Mitra, que renacía invicto cada año en esa fecha desde el 274 a. C.-, y
decidieron, los que elaboraron esa parte del mito, que Jesús nació ese
mismo día, solapando las celebraciones de Mitra con las del nacimiento
de Jesús, Sol Novus. De la misma manera se suplantó la noche del 5 al 6
de enero, en la que celebraban los griegos el nacimiento del Tiempo,
Aion, con una procesión de antorchas hasta el templo de Korion, en la
que se cantaba: La Virgen ha dado la Luz, la Luz aumenta, la Virgen ha
dado la Luz, el Aion.
Aión, era el Dios del pasado y del futuro, de la vejez y de la eterna
juventud. Un futuro y un pasado liberados de la tiranía del presente, de
Kronos. Como estos del nacimiento y la Adoración de Los Magos de Oriente
hay muchos otros solapamientos de fechas y conmemoraciones cristianas
con otras religiones. De todas formas, el sistema “antes y después de
Cristo” que inventó Dionisio en ese siglo VI, no fue aceptado con
regularidad en Europa hasta el XI.
Una de las pretensiones vanas que nunca satisfice en mi etapa colegial
fue que alguno de aquellos enseñantes cristianos católicos me explicara
los puntos de confluencia entre la historia sagrada cristiana, de la que
nos rebozaban en fábulas, y la historia real antigua, de la que sabíamos
muy poco, por lo que yo no lograba hilar nunca unas cosas con otras.
Años más tarde me di cuenta de que no es que no quisieran explicármelo,
es que no tenían ni idea y que ellos mismos se habían conformado con la
simpleza con la que creían y razonaban los acontecimientos sagrados de
su fe. Para ellos, y en general para todos los cristianos (los hay hoy
de todas las gamas y matices, incluso contradictorias y excluyentes
entre sí), Dios Padre decidió librarnos del quirógrafo impreso en el
alma por él mismo tras el pecado original y para ello enviarnos una
emanación suya llamada Hijo, y más tarde otra, conocida como Espíritu
Santo, que se ocuparían de ello muy eficaz y definitivamente. Hoy en día
podemos entender mejor lo de las hipóstasis del Uno y Trino gracias a
los conocimientos que hemos adquirido de lo cuántico, por el que se
establece que una partícula puede ser onda, y moverse sin dejar de ser
partícula ni onda a la vez, y que además interactúa con algo que hemos
dado en llamar energía oscura, que en la comparativa sería el Espíritu
Santo. Así que para ello, creen los cristianos, rama herética del
judaísmo, Dios envió un ángel emisario (entendámoslo como materia
oscura) a comunicarle a una joven judía llamada María que sería la madre
del Dios hecho Hombre.
En los libros proféticos hebreos, el Tanaj, aparece la profecía de
Miqueas, del siglo VIII a. d. J.C., que anunciaba la llegada a Belén de
Judá del Salvador del Reino para esas fechas. Miqueas es considerado un
profeta menor por los cristianos, pero Jeremías e Isaías (los tres
nacidos en Judá) son considerados profetas mayores, y también ellos
profetizaban la llegada del Hijo del Dios al Reino en ese momento
aproximado, aunque los encajes de datación y lugar no sean exactos
-nunca lo son en cuestiones mitológicas, porque no pueden serlo y es
aconsejable para ellos que no lo sean-, cosa que no importa tanto a los
creyentes como a los no creyentes. En realidad la idea mística de un
Hijo enviado por el Dios Único hacía mucho tiempo que se desarrollaba
entre las comunidades religiosas del Mediterráneo y el Próximo Oriente.
Por esto, el herético gnosticismo precristiano precedió a los ortodoxos
cristianos sirios y egipcios. La multiplicidad competitiva de los
cristianos en el primer siglo hubiera sido imposible de haber surgido de
un único movimiento proselitista con tan reducido número de misioneros
como el que proponen los textos neotestamentarios. Los cristianos de
hoy, como los de ayer, insisten en que todo surgió tal y como dijeron
las profecías y los evangelios, y que Jesús nació en Belén en la noche
del 24 al 25 de diciembre del año 1. Pero todo muy grosso modo. Como
debe de ser para que penetre con cierta facilidad.
Jesús, Yeshua, es un nombre hebreo que significa Salvador, y Cristo es
la traducción griega del Mesías hebreo de las profecías. Así que el
esperado redentor venía ya predeterminado por el nombre que, como dicen
algunos psicoanalistas, es un significante. Así que en ese mundo de
entonces en el que se defendía místicamente que sólo había un Dios y que
éste era por fuerza bondadoso y sabio, siendo las fuerzas del mal las
responsables de todos los males del género humano, los judíos esperaban
por su cuenta, siempre aparte del resto de la humanidad, la llegada del
Reino y de su Rey venido del cielo para cumplir con la Alianza.
Pero, hartos de esperar en un mundo tan lleno de penalidades, hubo entre
ellos quienes quisieron forzar esa llegada tan deseada, reformando
algunos de los principios saduceos que amenazaban con postergarla
eternamente. Para ello, y por seguir el hilo por esa parte que nos
conduce a los cristianos, los esenios judíos decidieron hacer exotérico
a Juan, que predicó la inminente llegada del Salvador, y con tanto poder
de convicción lo hacía que asustó a Herodes, quien llevaba ya un tiempo
temiéndose su derrocamiento por ese Yeshua tan deseado, al que había
tratado de eliminar matando a todos los nacidos por las fechas que
anunciaban las profecías que lo haría. Juan, rigorista y renunciante
donde los hubiera, se reía de Herodes y le acusaba de ser un pecador
disoluto indigno de ostentar cargo alguno. La secta judía a la que
pertenecía Juan, los esenios, eran extremadamente refractarios a los
placeres del sexo. Y tanto se manifestó Juan que se descartó a sí mismo
como Mesías. Su voz clamaba en el desierto de incomprensión judía, en
tiempos del sumo sacerdote Anás y de su yerno, el saduceo Caifás
quienes, rigoristas de la fe judía esencial, no podían admitir la
llegada del Salvador en tiempos de tanta confusión nacionalista. Así que
Juan, hijo de Isabel, prima de María, sólo pudo ser el bautista del
esotérico desconocido -todo quedaba entre esenios y familia-, porque
siguió retador y vociferante hasta su degollamiento. Temiendo que todos
los esotéricos que devinieran en exotéricos predicando la buena nueva
tuvieran el mismo fin, aquellos herejes esenios decidieron que el que
tenía que nacer ya lo había hecho y que era el Mesías Salvador.
Pero, ¿cómo podía hombre alguno reunir las características esenias del
enviado por Dios? Sus seguidores decían que ya había nacido pero que no
lo conocían. Existía, pero no estaba. Esto es lo que ha quedado de la
totalidad de su vida inventada, porque existía oculto a los ojos de los
que le esperaban. Los dirigentes cristianos de los siglos posteriores,
alarmados por la falta de evidencias referenciales a la vida real de
Jesús, decidieron falsificar los escritos de Flavio Josefo, prolífico
escritor que anotó y publicó al detalle sobre los acontecimientos de la
época, y nada había dicho del exotérico Jesús de Nazaret, e interpolaron
dos referencias en su obra Antigüedades judías. La primera, conocida por
los cristianos como “Testimonio Flaviano”, en el capítulo XVIII, que es
una simple mención a su nacimiento; y la segunda en el capítulo XX,
sobre Santiago, del que dice es hermano de Jesús. No se atrevieron a
más. La verdad es que era impensable que Flavio Josefo no hubiera hecho
mención alguna de Yeshua, habiendo escrito tanto y tan
pormenorizadamente sobre los judíos de aquel momento. Escribió, por
ejemplo, de la muerte de Juan el Bautista por orden de Herodes Antipas,
y describe las características de las sectas históricas del judaísmo:
saduceos, fariseos, zelotes y esenios, entre éstos últimos los del
Qumram, extravagantes y extremadamente rigoristas, y fue de estos de
donde surgió Juan el Bautista y, aseguraban, también Yeshua.
Es cuando menos sospechoso que si los neotestamentarios afirman que
Jesús fue un fenómeno de masas con repercusiones inmediatas en los
acontecimientos del Oriente Medio, nadie (descartado Josefo por los
mismos teólogos cristianos progresistas de todos los tiempos y
fundamentalmente de hoy mismo) excepto sus exégetas hablara de él nunca.
Los escritos de Josefo han llegado hasta nosotros solamente a través de
fuentes cristianas, y nunca antes del siglo IV, y los comentadores que
escribieron sobre Josefo antes de Eusebio (siglo IV d. J.C.) no citan
esos pasajes.
Cristo y los cristianos existieron, pero sólo los cristianos estuvieron
en donde existieron. La hermandad cristiana de Jerusalén fue una de las
corrientes de ese cristianismo reformista del judaísmo -ampliamente
diseminado desde antes de la fecha inventada de su nacimiento-, y fue
importante y finalmente muy influyente, hasta el punto de que durante la
elaboración de las referencias del mito se estableció esa hermandad
jerusalamitana como punto de origen de la totalidad del movimiento
cristiano.
Pero los verdaderos impulsores del movimiento cristiano fueron Pedro de
Betsaida y Pablo de Tarso. Los escritos de Pablo son los más antiguos
del cristianismo. Sus cartas aceptadas como “cartas paulinas” (Gálatas,
1 de Tesalonicenses, 1 y 2 de Corintios, Romanos, Filemón, y Filipenses)
fueron escritas antes que los evangelios de Marcos, Mateo, Lucas y Juan,
escritos éstos entre el 70 y el 120 d. J. C., es decir después de la
destrucción del Templo de Jerusalén y el fin de la rebelión judía contra
los romanos. El primer evangelio escrito (de los aceptados por las
autoridades religiosas cristianas a posteriori) fue el de Marcos, que
acompañó a Pablo en su primer viaje y que regresó a Jerusalén para
escribir u ordenar que se escribiera esta vida de Jesús seguramente en
apoyo de los cristianos perseguidos por Nerón entre los que se
encontraba Pedro. Parece que este fue el primer encargo de Pablo para
fijar por escrito la vida de alguien a quien ni él ni Marcos habían
conocido.
Algunos escritores ortodoxos citan a Marcos como hijo de Pedro quien,
por cierto, al negar a Cristo tres veces podría ser que estuviera
diciendo la verdad, que no lo conocía, que era cristiano pero que no
conocía a Cristo…
<<Judas dijo que esa noche vendría, que por fin lo conocerían… pero no
vino; alguien dice que Judas le ha vendido y que lo han detenido… Pedro
corre hacia la ciudad, entra en el patio en el que están los reos… ¿Eres
seguidor de ese Cristo? ¡Yo no conozco a ese hombre!>>
En cualquier caso, Pedro fue mártir por sus ideas cristianas. Cuando el
mismo Pablo escribe que se haría anatema de Cristo por sus hermanos,
creo yo que quiere decir que sería cristiano aun sin contar con el
propio Cristo, que aceptaría el mensaje aun cuando no hubiera mensajero.
Los cristianos revolucionaron el judaísmo al extender a toda humanidad
el privilegio de ser hijos del Dios y por lo tanto herederos de su
Reino.
Comparándolos con el 15 M y con los quincemayistas, se podría decir que
los cristianos fueron en algún momento de la historia vanguardistas
contra el poder establecido, que exigieron igualdad de trato para todos
los seres humanos, cumpliendo con ese ciclo en la historia de la
humanidad en la que surgen movimientos que exigen igualdad y justicia y
que buscan una misma verdad para todos. Después de las personas
cristianas, alentadas e impulsadas con tanta inteligencia por Pablo de
Tarso y Pedro de Betsaida, vinieron los personajes cristianos que
destruyeron la idea motriz de aquellos primeros, tratando de sacar el
máximo rendimiento al mito.
En el evangelio de Marcos no se citan detalles del nacimiento de Jesús,
ni se menciona a José, porque aún no se habían elaborado estos detalles
mitológicos. Yo visité Belén en varias ocasiones y por diferentes
motivos que no vienen al caso. En una de ellas entré en la Basílica de
La Natividad en la que se adora el lugar exacto en donde los cristianos
dicen nació Jesús. Una habitación muy pequeña en la que hay un agujero
en el suelo rodeado por una estrella de plata de catorce puntas junto a
una pared altar, ante cuya visión los cristianos se sobrecogen tanto o
más que en los lugares sagrados de Jerusalén. Con mucho respeto asistí a
una misa en aquél cubículo cavernario y sin ningún respeto rechacé los
frasquitos de aceite del Monte de los Olivos o la bolsita con “astillas
de árboles del mismo bosque del que se extraía la madera con la que se
construyó la cruz en la que crucificaron al Salvador”, que me ofrecían
los monjes ortodoxos armenios que junto con otros católicos son los
encargados de la custodia y mantenimiento del lugar. Pensé entonces que
cómo fue que José no se procuró un mejor lugar para cuidar a su esposa e
hijo que un pesebre helado, cuando tuvo en sus manos, al poco del
nacimiento de su hijo putativo, el oro que le regalaron los reyes Magos,
que por pequeña que fuera la cantidad era oro, según dice el evangelio
de Mateo.
Marcos estuvo muy empeñado en demostrar a los hebreos que Jesús era el
Mesías prometido y que para ello sabemos utilizó la conocida como
“Septuaginta” (traducción griega del Antiguo Testamento hebreo), en la
que venía mal traducido un texto de Isaías que dice que “en respuesta a
una señal, una joven (almah, en hebreo) concebiría un niño que se
llamaría Emmanuel”. La joven, dice la Septuaginta, sería virgen
(betulah, en hebreo), parthenos, en griego, pero en el original hebreo
no dice virgen, dice joven, no dice betulah, dice almah. Y simplemente
por un error de traducción del griego, el judío Mateo afirma que Isaías
decía que la madre de Dios sería virgen cuando concibiera a Jesús,
Emmanuel.
Esto de la historia y los pormenores de los mitos ha funcionado siempre
así de caprichosamente. Joseph Smith, norteamericano restaurador de La
Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, dijo haber
tenido una experiencia espiritual según la cual recibió de las manos de
un ángel llamado Moroni unas planchas de oro que contenían la escritura
de los antiguos profetas de “las américas”, instruidos los nativos por
el propio Jesús resucitado. Smith tradujo esas escrituras que aparecían
en una especie de egipcio reformado y publicó la traducción como Libro
de Mormón. Desde 1830 los mormones han ido creciendo hasta constituir
una comunidad de seis millones de fieles a esa traducción de Smith que a
otros cristianos les produce espanto. El cristianismo es la religión de
la que han derivado más herejías constituidas en religión reconocida.
Lucas, el evangelista, también era colaborador de Pablo, viajaba con él
y parece que recibió el encargo de su maestro de escribir la que parece
más culta y bien redactada de las exégesis elegidas por las autoridades
eclesiásticas siglos más tarde entre las cuatro por las que se debe
regir un cristiano, porque había muchas, tan pseudoepigráficas como
aquellas, pero que fueron rechazadas por las autoridades cristianas.
Lucas también redactó los Hechos de los Apóstoles, entrevistas directas
a los que decían haber conocido a Jesús. Lucas era de Antioquía, por lo
tanto no era judío y no reformaba con su trabajo ninguna creencia
personal.
Juan, autor del cuarto evangelio cristiano (anónimo en principio), sí
era judío y en sus escritos se nota que escribe para los no judíos, a
los que han aceptado ya plenamente el carácter universal del mensaje
divino de Jesús y la hermandad de la raza humana, hija toda ella, sin
excepciones ni privilegios, de Dios. Juan, hijo del Zebedeo y hermano de
Santiago el Mayor -en esa confusión de parentescos siempre presentes en
torno a Jesús, parece que de propósito para no centrar o focalizar el
asunto-, se consideraba a sí mismo como el predilecto de Jesús. En su
evangelio se perciben muchas reescrituras e intervenciones posteriores a
su redacción que le exculparían de ese atrevimiento y presunción tan
poco fraternal. También es uno de los santos protectores de la
francmasonería, cuyo festival se celebra el 24 de junio (san Juan
Bautista) y el 27 de diciembre (san Juan Evangelista).
Todos los textos míticos, cristianos o no, acaban siendo palimpsestos en
los que han ido reescribiendo y borrándose los autores sucesivos. La
diferencia de los evangelios de Marcos, Mateo y Lucas, llamados
sinópticos, con el de Juan es tan grande que si Jesús hubiera enseñado
lo que dicen los tres primeros no podía haber enseñado lo que dice el
cuarto. Son dos Cristos completamente diferentes. Pero ya he dicho que
el cristianismo no necesitó de ningún Cristo para extenderse (sino de
muchos, casi uno por cada cristiano, a su medida), porque da igual todo
esto y mucho más, y es inútil todo conocimiento y reflexión sobre el
tema (después de Jesús toda ciencia es inútil, decía san Pablo), ya que
los cristianos parecen decididos a ignorar la verdad sobre el Jesús
histórico que existió pero que nunca estuvo, de la misma manera que a
los judíos parece no importarles el retraso de la venida de su Salvador,
les va bien así a ambos, esperando unos y reinterpretando otros. Y así
viviremos otra Navidad, como vivimos la pasada Semana Santa, viendo
llorar de emoción en los balcones al paso de las imágenes que
representan esa historia mítica y a sus personajes principales, cada
cristiano es hereje de su propia y confusa fe y ve lo que ve y cree en
lo que quiere creer… En las procesiones miro más a los cristianos
llorando que a las imágenes, que son siempre las mismas, con la misma
pretensión… En la Navidad, los villancicos son ya más del Corte
Inglés...
Un judío israelí me decía en Tel Aviv que los cristianos no habían
entendido nunca nada de nada de los textos veterotestamentarios judíos,
como puede comprobarse en su Nuevo Testamento y me ponía varios
ejemplos. En uno de ellos, que tocaba de lleno el asunto del capital y
el mercado, me contaba cómo los buenos judíos habían llegado a la
conclusión de que no podían seguir engañando a sus semejantes en el
comercio y que para evitarlo habían decidido que quizá fuera bueno
acudir a la entrada de la sinagoga para, junto al templo, realizar sus
ventas. Mira Yavhé, decía un vendedor elevando las manos al cielo,
cómo
y por cuánto le vendo a este hombre un palomo, Tú sabes que a mí me
costó dos shekels y que se lo ofrezco a Slomo en dos y dos décimos…
y de repente apareció un enloquecido con una correa y empezó a azotarnos
gritando, y tuvimos que salir huyendo… era un esenio enfurecido…
Publicado en
zonaizquierda.org el 24 de diciembre de 2015