Presentación del libro de Octavio Colis

ESPAÑOLA

Mi formación del espíritu nacional

 

“Madrid, la ciudad de los encuentros”. Ese es el capítulo que escogí para presentar este libro, quizás porque soy latinoamericana y este libro saca del escondite de mi memoria emociones semiolvidadas de ese pasado que, como dijo Mercedes Arancibia, es la única patria aceptable o, quizás, porque como le comenté a Octavio en su momento, su lectura me recordó esa manera de contar la vida propia y la de los otros que tanto me entusiasmó cuando leí a Salvador de Madariaga, concretamente, esa biografía de Bolívar en dos tomos que me regaló Emilio Barrenetxea, en la que el historiador, rigurosamente crítico con la figura de Bolívar –como lo es Octavio con el Che– nos narra con pelos y señales su muerte de manera sobrecogedora; o alguno de esos episodios nacionales de Benito Pérez Galdós, obra en 46 tomos que Octavio seguramente leyó en su totalidad (yo no), en ese tono periodístico y a la vez entrañable de muchos de sus párrafos, que se puede palpar tanto en este capítulo como en aquellos que se refieren a su estancia en Gran Bretaña o en Palestina; o me recuerda, incluso, ese apasionante autorretrato de Elías Canetti “La lengua absuelta” que querré volver a leer cuando me haya olvidado de mi infancia. Sí, esta obra de Octavio que presentamos me trajo a la mente todos esos maravillosos libros…

La memoria, ese conglomerado confuso de imágenes y situaciones pasadas, ya sean de la vida de los otros o de la vida propia, que cambian y se multiplican cada vez que se las agita como si las viéramos a través de un caleidoscopio, cuando salen de la mente de un creador se transforman absolutamente, y da igual lo reales o conocidos que para los demás sean esos hechos o esas circunstancias, lo cierto es que cuando salen de la boca o del pulso de un artista se convierten en ARTE, en cualquiera de sus expresiones visuales, narrativas, plásticas o poéticas, y en el caso de Octavio con una gran fuerza y rigor, y profusión de datos y revelaciones, pues el significado o el sentido que se adivina en este libro atañe a un compromiso político. Es lo que ocurre, con el capítulo 2º: Madrid, la ciudad de los encuentros:

“¡Lo sé! ¡Lo sé!
Si me voy de aquí me traga el río.
Es mi destino: "hoy voy a morir".
Pero no, la fuerza de voluntad todo lo puede.
Están los obstáculos, lo admito.
No quiero salir.
Si tengo que morir, será en esta cueva.
Las balas,
qué me pueden hacer las balas si mi destino es morir ahogado,
pero voy a superar mi destino.
El destino se puede alcanzar con la fuerza de voluntad.
Morir sí, pero acribillado por las balas, destrozado por las bayonetas,
sí, no, no, ahogado no...
un recuerdo más perdurable que mi nombre
es luchar, morir luchando”.

Este es un poema del Che que Octavio recoge en este libro desde su propia memoria creativa. Un personaje que –nos dice Octavio– marcaría el sentido y el sentir de gran parte de nuestra generación en todo el mundo: cierto, desde luego marcó el sentir de mucha personas jóvenes colombianas que vivíamos con un decalaje de más de una década, respecto a los movimientos sociales en Europa y el resto de América Latina.

“A veces percibo que recuerdo ahora lo que no sabía entonces”, dice Octavio. De los maquis al Che, se adivina en el autor un recorrido vibrante, lleno de indagaciones y preguntas, bajo una tormenta en un lugar de espectaculares montañas... hasta que llega a Madrid. Entonces, el Che acababa de morir en Bolivia.

Por todas partes el narrador se tropieza con los símbolos comercializados de la figura del Che; su imagen estampada en cualquier superficie. Y ese interés –que entiende ahora– lo hace detenerse en la vida del Che y en esa lucha de los guerrilleros en tantos lugares del planeta, para indagar en qué modo lo influyeron, tanto sus exegetas como sus detractores.

Cómo ser joven sin comerse el mundo, y grabar en su mente a aquella gente que encontraba en su camino: “Porque si quería recorrer lugares latinoamericanos era por conocer a las gentes latinoamericanas”, decía el Che. No puedo sentirme más concernida… Nos describe la influencia de Hugo Pesce y su visión mariateguista del marxismo:

“El personaje que escribió estas notas murió al pisar de nuevo tierra argentina. El que las ordena y pule, "yo", no soy yo; por lo menos no soy el mismo yo interior. Este vagar sin rumbo por nuestra "Mayúscula América" me ha cambiado más de lo que creí.”

Argentino, antiperonista, y sin una posición política partidista, Octavio nos cuenta cómo este joven trabajó con los movimientos revolucionarios campesinos bolivianos y después con los guatemaltecos, y los estudió reuniendo gran cantidad de documentos que denunciaban la explotación de los grandes terratenientes apoyados por los intereses comerciales de los EE. UU. ¿Era un joven burgués progresista y aventurero? Octavio ve que para el Che el marxismo era ante todo la filosofía de la praxis, y cuando nos habla del Che nos está hablando de la formación de varias generaciones de jóvenes que nos sentimos por influidos por él.

El Che que se nos aparece en estas páginas no es un Che nuevo, sino un Che joven, que sabe que no vivirá mucho… Octavio nos proyecta a ese joven: un chaval asmático pero fuerte y determinado a saber quién debía ser en el futuro, pero que sólo se propuso hacerlo a través de la experiencia e investigación personales; nos cuenta que cuando finalizó sus estudios de medicina el 11 de abril de 1953, a los 24 años, el Che ya debía de tener la determinación de emprender la lucha armada, y que nunca pensó que regresaría a Argentina sino para desarrollar finalmente, también allí, esa lucha.

“Esto se ha acabado” dijo el Che antes de ser asesinado. “Pero seguramente –dice Octavio– pensaba que se había acabado sólo para él, era su derrota, pero no la del movimiento revolucionario, porque creía firmemente que para cambiar las cosas radicalmente había que vivir el compromiso radicalmente”.

Y así Octavio nos pinta, con su pluma y su mirada de artista, un Che desconocido, pero desconocido no sólo porque nos revele algo nuevo de aquel hombre joven, sino porque lo que observa, lo que señala de todo lo que de aquel hombre se conoce, es lo más íntimo del Che y ha estado siempre ahí,  en todas sus biografías, como la perspectiva caballera,  pero en lo que no suele repararse: “Viajar y después morir”.

En este capítulo Octavio reflexiona sobre los diversos caminos de acción de las personas revolucionarias, porque, efectivamente –nos dice–  no había un mismo camino, quizá una misma meta sí y un mismo objetivo, pero entonces ya saben que su meta debía ser el camino: “Poco tiempo que perder”…

Pues bien. Aquí lo dejo.

Liliana Pineda
 

2023/01/29

 

  

 

 

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